M. Rafael Sánchez

La mirada escrita

M. Rafael Sánchez


Entrega

03/04/2022

Hay héroes casi anónimos, seres humanos dotados de una luz abundante en pasión y fe, cuyos nombres seguramente no vamos a encontrar en las redes sociales ni en los medios de comunicación. No son youtubers o instagramers, y los avatares de su vida sólo los conocen los más próximos, o aquellos que han sido o son donados por su compañía, entrega o solidaridad. Se han empeñado en hacer posible aquellas revoluciones que les pilló siendo jóvenes a finales de los sesenta del siglo pasado y que para unos era la «Revolución del amor» y para otros la «Revolución sociopolítica». Pero no me refiero a quienes son restos de los naufragios hippie o político, sino a aquellas y aquellos que, entonces, ya abrazaron la causa de los demás a través de la dedicación real de sus vidas a esas dos revoluciones fundidas en una sola.
Mientras esto medito, vigilo la quema de los restos de la poda del invierno, pues en cuanto comience abril ya no se podrá hacer esta tarea y nos esperan días de lluvia. Ante el fuego, se puede reflexionar acerca de la brevedad y fugacidad de la vida, y cómo ésta puede discurrir sin que se la haya dado –o encontrado– sentido, o todo lo contrario. Que hay quién puede perseguir oropeles, fama o poder y consumirla en estos fines y, cual restos de setos que apenas desprenden calor, sólo humo echan. Para otros, que han dado un sentido finalista a su existencia, su fuego desprende un calor intenso y sin apenas humo, cual poda de encina buena. Son como árboles de justicia y bienestar que favorecen la vida y el descanso a su alrededor.
Desde el agnosticismo –no confundir con el ateísmo–, proclamo la admiración por algunos hombres y mujeres que he ido conociendo a lo largo de mi vida. Hace tiempo que constato que las personas con mayor capacidad de entrega y bien que conozco tienen una base religiosa, aunque no hagan proselitismo de ella. Como pequeño homenaje de admiración y amistad, quiero dejar impresos algunos de los nombres de esas personas que tengo –o he tenido– la fortuna de tratar, en mayor o menor grado, y que responden a esa capacidad de altruismo dado a la causa de la justicia social y la solidaridad humana. Sebastiana Boyero, Miguel Vasco, Vicenta Acebes, Jacinto Rodríguez, Antonino Alonso, María José Hervás… Muchos más nombres hay que otros tendrán la fortuna de tratar, pero éstos son algunos de los míos.
Hoy, que todos los días aparecen nuevos «héroes» de quita y pon y que no dejan de ser frágiles productos mercadotécnicos, es de justicia reivindicar y reconocer a quienes, cual campesino que ama la tierra y sabe cómo cuidarla para que dé fruto, han ido sembrando vida para con otros compartirla.
A raíz de la guerra que nos asola cerca, el escritor húngaro László Krasznahorkai ha dicho que «La brutalidad es incomprensible, pero la ternura es aún más incomprensible.» Y sí, en tiempos revueltos como éste, parece de otro mundo la ternura que acompaña a la entrega. El fuego de la poda se está consumiendo al tiempo que en el cielo planean las cometas aladas de las aves y, al verlas, pienso en quienes practican la política de la fraternidad y fidelidad al ser humano en tiempos de déficit del bien. Que resolvieron el dilema de tener o ser con una caritas sin delirios de grandeza o soberbia, y que son maestros en sublimar el ego. Han volado alto en sus vidas y son inspiración para otras…