José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Pinchando globos

24/02/2023

Fue un día como hoy, hace ochenta y un años. Los americanos, exagerados, lo llamaron «La batalla de Los Ángeles». Un país humillado en Pearl Harbor apenas tres meses antes; un mundo que llevaba ya dos años escuchando tambores de guerra y en el que estaba en juego el trono de hierro, vacante tras la Gran Guerra y la caída del imperio británico y una ciudad que era —es— meca del entretenimiento, el sitio donde los sueños se hacían realidad. Un día antes, un submarino había bombardeado por sorpresa la refinería de Elwood, junto a Santa Bárbara, aunque sin causar ningún daño de relevancia; los ánimos andaban calentitos. Tras múltiples sirenas y toques de queda a lo largo de la tarde, poco después de medianoche las baterías antiaéreas instaladas en las colinas de Hollywood comenzaron a disparar a la oscuridad más de 1 400 proyectiles, sin saber bien a qué. A las pocas horas se decretó el alto el fuego.
Años después se confirmó que la falsa alarma que originó la incruenta batalla —bueno, no tanto; tres personas murieron en accidente al chocar su coche con otro en medio de los disparos; otras dos por infartos— se debió a un globo meteorológico, creyéndolo un ataque aéreo japonés. Steven Spielberg se inspiró en ambos sucesos —submarino y desenfreno de antiaéreos— en una de sus primeras películas, «1941». Por cierto, una digresión a esta columna, estimados tres lectores: vayan a ver la última, «Los Fabelmans». Volviendo al tema, es curioso que el último ataque sobre suelo continental americano sí lo realizaron los nipones con globos, a finales de la guerra, lanzando más de 9 000 cargados con bombas, de los cuales apenas un puñado llegaron a sobrevolar el continente y solo en un caso hubo muertos.
Globos y un mundo en el que la tensión bélica andaba bastante elevadita… ¿les suena de algo? Pues en esas estamos. Cuando las cuerdas de la guitarra están tensas, se rompen, da igual cuántas fraternales melodías toquemos en ella. Y ojo, «rebajar la tensión» es un eufemismo, un canto pacifista que busca aplacar al agresor acallando a la víctima. No soy consciente de que haya habido consentimiento de los ucranianos ante la invasión, no he escuchado su «sí es sí». La tensión se baja dejando de dar vueltas a la clavija, no estirando más la cuerda.
Borges se preguntó: «Dios mueve al jugador, y este, la pieza. ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza?». Hace un año comenzó esta partida de ajedrez que vivimos, en la que creemos a rusos y ucranianos —lo siento, lo de «ucranios» me pilla mayor— jugadores, cuando solo son pobres peones movidos y sacrificados por dioses chinos y americanos en una apertura mil veces repetida. Hay guerras que son ensayo de otras mayores, como ocurrió con la nuestra, la que intentamos revivir da igual los años que pasen. Como la actual, sirvió a otros para poner a prueba la tecnología bélica, medir las fuerzas y estrategia del contrario y prepararse para lo que todos sabían que tarde o temprano llegaría. Y llegó.
Y aquí estamos, pobres piezas en el tablero, dudando si desinflar con diplomacia o explotar con alfileres los globos que nos sobrevuelan cargados con las bombas de la Historia, que tiene la mala —e inevitable— costumbre de repetirse.