1990. La corrupción va por partidos

Carlos Dávila
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1990. La corrupción va por partidos

El último soviético en la Corte del Rey Juan Carlos   'Gorby', el de la mancha sinuosa en la frente en forma de América del Sur, fue recibido en España como el último emperador del Soviet Supremo. Ninguno de sus antecesores había visitado estos lares. Componía con su mujer, la dulce Raisa, casi un matrimonio de papel couché y así le trataron nuestros medios, los políticos y los 'rosas'. Vino a Madrid cuando ya se estaba desmigando la comunista URSS y el Gobierno le adjudicó como palacio de recepción el antiguo de Franco: El Pardo. Allí, al cabo de 15 años ondeó la bandera roja aún con la hoz y el martillo, todo un símbolo de un cambio nacional y mundial. Se paseó la pareja por la capital escoltada por los tunos que le cantaron Clavelitos y, en la cena oficial, con todo el mundo vestido de gala menos el resistente Julio Anguita, Gorbachov se dejó caer con esta frase: «Ninguna ideología nos puede separar». Antes de los postres, se había comido 'Gorby' una sopa de alcachofas, unas supremas de lenguado y un pato de corral.

Era una España ya volcada al mundo mundial que, sin embargo, endógenamente transpiraba corrupción por doquier. Apenas inaugurado enero, estalló de forma inopinada el caso Guerra. Resulta que Juan, Juanito para la familia, el hermano menor (eran 11) del vicepresidente Alfonso Guerra, se descubrió como el pingüe intermediario que había conseguido que su amigo Serafín Núñez, alcalde de Barbate, autorizara la urbanización de un enorme terreno más verde que el traje preferido de un torero mítico de la localidad: Paquirri. Allí comenzó todo un escándalo nacional: Juanito llevaba seis años despachando en la Delegación del Gobierno en Sevilla y, desde allí, se había construido todo un imperio inmobiliario: casas, aparcamientos, fincas, locales… Nada quedó ajeno a su voracidad. El vicepresidente se llamó andanas, dijo en el Parlamento que no sabía a qué se dedicaba su hermano, y el jefe, González, amenazó de esta guisa en el Congreso: «Si queréis, dos por el precio de uno». Y el uno, Alfonso, dimitió más tarde.

En todos los barrios se cocían habas más o menos pochas. En la Alianza Popular del residual líder Manuel Fraga explotó en plena Semana Santa otro caso: el de Rosendo Naseiro, un secretario de Finanzas del partido al que el juez Manglano, pueblerino y sectario, miembro del Partido Comunista, acusó en compañía de otros, por ejemplo el concejal de Valencia, Salvador Palop, de haber engrasado su formación política con dinero ilegal procedente de empresarios aprovechados y corruptos. El caso terminó en nada, pero se llevó por delante al edil mencionado, que cayó en una profunda depresión tras haber sido encerrado como un quinqui durante días por el mencionado juez. No se levantó más: terminó muerto casi en plena juventud.

Por Cataluña, las aguas también bajaban turbias. El protagonista en el Principado fue el poderosísimo secretario de Presidencia de la Generalitat, Lluis Prenafeta, que durante muchos años era la auténtica caja B de su partido, Convergencia Democrática, y también de varios tribunos que se lo llevaban crudo, incluido, como se ha sabido muchos años después, del propio president Pujol. Aquel caso de Prenafeta fue el embrión de una corrupción amplia que se conoció como del tres por ciento que era el porcentaje que se llevaban los prebostes del Govern cuando concedían obras de todo tipo a sociedades más fantasmales que fantasmas porque en ellas también residían sus intereses.

España, por entonces, no era un presidio suelto pero… casi. Es verdad que por encima y por debajo de toda esta miseria se movía la política del cambio. En abril, en un Congreso mojado en Sevilla, José María Aznar sucedió a Fraga como presidente de los conservadores. Mudaron las siglas: las franquistas de Alianza Popular murieron y nacieron las europeas del Partido Popular. Aznar reincorporó a restos muy gloriosos de UCD y empezó a subir en sus expectativas de triunfo ante un Felipe González al que ya acosaba por aquellas fechas una inmensa degradación moral en forma de irregularidades varias, desde la Cruz Roja y el Boletín Oficial de Estado hasta el propio Banco de España. Pero el país se renovaba con uno de los proyectos que, según pareció entonces, removía toda la información impostada y dirigida de la televisión oficial: la televisión privada. Después de recovecos varios, el poder, o sea, el Ejecutivo, concedió tres canales a la nueva Antena 3, que ya tenía experiencia en radio; a Telecinco, que importó las Mama Chicho de Berlusconi; y el canal de pago, el Plus, que transmitía en cerrado, es decir, que el fútbol y la pornografía eran asuntos de paso por caja. 

Por ahí fuera aparecían personajes que nos habían sido ocultados hasta la fecha, por ejemplo, el líder del contrapartheid sudafricano, Nelson Mandela, que había permanecido nada menos que 27 años en la cárcel. Pronto fue aclamado rector de la nueva república. Se divorció apenas liberado de la mazmorra y garantizó que su país no iba a discriminar a los blancos, algo que no siempre se ha conseguido. 

Más cerca de España, en el Reino Unido, terminó la preeminencia política de la Dama de hierro. Margaret Thatcher, que con el Papa Juan Pablo II y Ronald Reagan fueron los auténticos revolucionarios de la década de los 80. Los británicos se hartaron de tanto ejercicio de poder y eligieron a un tipo gris que se limitó a seguir los pasos de su predecesora y, eso sí, a cumplimentar las primeras iniciativas para la paz en Irlanda del Norte. 

Pero, en Europa, el gran acontecimiento de ese año fue la reunificación de Alemania; cinco estados llamados como mentira clamorosa democráticos se fusionaron con la República Federal y Berlín sustituyó a la tediosa Bonn como capital del nuevo y potente Estado. Eso sucedió en octubre en plena convulsión universal porque el asesino iraquí Sadam Hussein había invadido por las malas el próspero y petrolero Kuwait. Aquel acto fue el inicio de la rápida Guerra del Golfo.

Murió el entrenador Miguel Muñoz en nuestro país y se le rindió un homenaje descriptible, menor desde luego que el folclórico que durante días llenó las radios y las televisiones; se nos fue la señora doña Concha Piquer y todos recordamos que, desde 1959, no había vuelto a cantar en público sus deliciosos Ojos Verdes o el sugestivo Tatuaje

Otro fallecido ilustre, el doctor Vallejo-Nágera, también se nos marchó víctima de un fulminante cáncer de páncreas. Un día después de su fallecimiento, su hija presentó su ultimo libro: Aprender a hablar en público. Y, para terminar, un triunfo esta vez sin gafe: el de Carlos Sainz senior, en el Campeonato Mundial de Rallys.