El cereal, un año después

M.H. (SPC)
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La invasión rusa de Ucrania trastocó el mundo, pero este sector agrario fue uno de los más afectados. La sequía y una PAC todavía sin asentarse han revuelto más las cosas para los agricultores

El cereal, un año después

España es un país eminentemente cerealista. Tras las frutas y las hortalizas, con las que, consumo interno aparte, abastecemos a media Unión Europea y a buena parte del mundo, el cereal es el componente vegetal más importante de la Renta Final Agraria. Y sin duda es el campeón en cuanto a superficie ocupada con seis millones de hectáreas, más de una cuarta parte del área dedicada a la agricultura en todo el país. Todas las comunidades autónomas cuentan con terrenos dedicados a estos cultivos herbáceos, principalmente trigo y cebada en sus múltiples variedades.

Poco más de un año después del inicio en la guerra en Ucrania, la situación de este sector parece más o menos estabilizada, pero sin duda no tiene nada que ver con la que había hace apenas 18 meses. El inicio del conflicto trastocó muchas cosas, pero no se puede olvidar que otras ya habían empezado a cambiar semanas o incluso meses antes de que sonara la primera alarma aérea en Kiev.

Junto con la invasión rusa, la nueva PAC es otro factor que afecta a los agricultores cerealistas. Estos profesionales se ven ante nuevas normas y requisitos para poder acceder a las ayudas que hacen rentables sus explotaciones, pero todavía faltos de asesoramiento (a pesar de los esfuerzos de las organizaciones agrarias) para poder afrontar esta etapa.

El precio de los fertilizantes es, muy probablemente, el mayor problema al que se enfrenta el profesional. Enrique es agricultor en un pueblo de Castilla típicamente cerealista, uno de tantos que salpican media España. «Se ha multiplicado por tres», lamenta. «Antes costaba 300 euros la tonelada y ahora se paga a 900», dice refiriéndose a los nitrogenados. Los abonos ya eran el insumo que más gasto se llevaba en los cultivos de cereal, pero con la subida de las cotizaciones del último año han llegado a unos niveles prohibitivos.

Esteban trabaja en la cooperativa de la que es socio Enrique. «La gente está cambiando la manera de aplicar nitrato» para ahorrar. Se reducen algunas aplicaciones o directamente se suprimen. Enrique explica que un comercial le ha ofrecido recientemente «un fertilizante que consigue que la planta (de cereal) fije nitrógeno del aire, como hacen las leguminosas», con lo cual se pueden reducir las dosis que se echan a la tierra. La cuestión es tratar de aligerar gastos.

Jesús, de otro pueblo castellano, también siembra cereal. «Semanas antes de empezar la guerra, los de las casas de abonos ya nos decían que iban a subir, que se iban a poner al doble en poco tiempo". Cortos se quedaron. Pero el caso es que, antes de que estallara el conflicto, parece que alguien sabía más que los demás, porque se supone que el fertilizante se encareció por el aumento de precio del gas -imprescindible para fabricarlo- y porque Rusia y Ucrania son los proveedores de gran parte del producto que consume la UE. Si semanas antes de comenzar la invasión ya se sabía que iba a subir, hay algo que no cuadra.

En cualquier caso, también el precio del grano se adelantó a la guerra. En este caso varios meses, porque a partir de julio del 21 se inició una escalada sin precedentes en las cotizaciones. En el segundo semestre de ese año, todavía sin conflicto en Ucrania, el trigo duro, según datos del Ministerio de Agricultura, pasó de unos 275 euros por tonelada a casi el doble, alcanzando cotas nunca antes vistas, fenómeno en el muchos vieron la mano de los fondos de inversión. En cualquier caso desde entonces, y a pesar de que por lo publicado en los medios se podría deducir que la guerra fuel el principal impulsor del encarecimiento del grano, los precios han ido descendiendo, con dientes de sierra más o menos marcados, hasta situarse en algo menos de 400 euros en enero de este año, quedando la media para la campaña 2021-2022 en casi 475 euros, según Agricultura. El comportamiento del trigo blando o la cebada fue similar.

Este aumento, que también afectó a otras producciones como el maíz o las leguminosas, ayudó a los agricultores a sortear el implacable incremento en los costes de producción, ese sí, causado sobre todo por la invasión. Enrique dice irónicamente que «los agricultores tenemos que ganar lo que tenemos que ganar. Si el grano sube y cobramos más ya nos lo quitan por otra parte».

 

Europa.

La nueva PAC, y en general la orientación de todas las políticas agrarias de la Unión Europea, tampoco se lo ponen fácil a los cerealistas, a pesar de que los eco-regímenes, en principio, no deberían suponer un problema, explica Enrique. Entre ellos se incluye la rotación, que para este tipo de cultivos debería ser lo normal. «Yo lo hago de siempre», explica; va alternando el cereal con veza, colza o girasol. Pero no entiende muy bien la opción de la siembra directa: «Se supone que es una práctica beneficiosa para el medio ambiente, pero si lo haces tienes que usar glifosato previamente». El glifosato es lo que se conoce por quemante, una sustancia bastante agresiva que mata la vegetación existente en la parcela por contacto antes de hacer la siembra sin necesidad de pasar la grada o el arado.

Pero no es solo la PAC. El uso de fitosanitarios va a verse muy limitado. La UE quiere reducir la toxicidad de los que se emplean a la mitad. Pero, obviamente, los insecticidas, fungicidas o herbicidas funcionan porque son tóxicos; si esa toxicidad se reduce, la efectividad también se verá mermada, con la consiguiente reducción de rendimientos. El sector clama contra esta medida porque, a día de hoy, no hay sustitutivos ofrezcan las mismas prestaciones que los productos que se usan actualmente.

A esto se van a sumar las restricciones para abonar en zonas con alta presencia de nitratos en el suelo o las aguas, superficiales o subterráneas. Enrique adelanta que esta medida «afectará sobre todo a las tierras que más producen, que son las que más nitrato necesitan». Una zancadilla más a la soberanía alimentaria comunitaria que también viene denunciando el sector hace ya tiempo.

Contra lo que Europa no puede luchar es contra la sequía. En el caso del regadío se puede planificar, pero tratándose de cereal de secano solo cabe confiar en el cielo. Enrique comenta que el suelo ha acumulado humedad después del tremendo verano pasado y ahora la tierra está en buenas condiciones, pero aún así las lluvias de primavera tendrán la última palabra. «Aquí tiene que llover en abril y en mayo», sentencia.

Y es que, a pesar de que a estas alturas del año pasado estaba lloviendo con ganas y el mes de abril terminó con unas perspectivas magníficas, desde mediados de la primavera apenas volvió a caer agua en la mayor parte de España y los rendimientos fueron finalmente muy inferiores a lo que cabía esperar unos meses antes.

De todos modos, y a pesar de la sequía, en muchas zonas los agricultores salvaron la campaña. Y eso fue en buena parte gracias a las variedades de semilla certificada que se siembran actualmente, mucho más adaptadas a las condiciones del medio. Jesús cuenta que, cuando era chaval, no era raro que una hectárea de cebada rindiera 800 kilos y hoy se pueden cosechar 3.500 en esa misma parcela. Han mejorado los fertilizantes, los fitosanitarios y las técnicas de cultivo, pero es innegable que la obtención de nuevas variedades ha contribuido en gran medida a ese aumento.

Tanto Enrique como Jesús, así como también Esteban desde la cooperativa, coinciden en que las nuevas variedades benefician al agricultor, sobre todo en años malos como el pasado. Rinden más y soportan mejor la sequía. Desde el sector se alzan voces que se quejan de que las semillas certificadas se seleccionan en Francia, con unas condiciones de clima o altitud diferentes a las que se encuentran en España. Sin embargo, Javier Álvarez, ingeniero Agrónomo de la Asociación Nacional de Obtentores Vegetales (ANOVE), asegura que «eso podía ser así en el pasado, pero no hoy. Las empresas españolas, lógicamente, hacen sus ensayos en España; y las extranjeras cuentan con instalaciones y parcelas para trabajar aquí. Nuestro país es desde hace años un mercado interesante y las compañías quieren estar presentes», sentencia.

Álvarez explica que todas las nuevas variedades son examinadas por la Administración pública antes de salir al mercado. Se ha de acreditar que son distintas, estables y con valor agronómico. Es decir, que sus características plantean una solución a un problema y que esas características buscadas se van a mantener en las siguientes generaciones.

Aumentan rendimientos y soportan mejor situaciones extremas, sí, pero tanto agricultores como cooperativa revelan que las enfermedades contra las que hay que luchar son cada vez más numerosas. Jesús cuenta que «hace unos años echaba dos productos en la cuba del herbicida; ahora echo cinco».

Javier Álvarez defiende que eso no es cuestión de las nuevas variedades sino del comportamiento de los patógenos que causan los problemas. «Las enfermedades evolucionan para adaptarse al medio y poder sobrevivir. Nosotros solo podemos intentar adelantarnos. Se hacen prospecciones por todo el país en busca de nuevas enfermedades o nuevas cepas de las ya conocidas para intentar tener una solución al problema cuando se presente a gran escala». Añade que «las enfermedades no las traen las semillas. De hecho, el hecho de que sean certificadas implica una serie de garantías sanitarias por parte de la Administración».

Los agricultores, al menos una parte, también se quejan del pago de derechos por utilizar semillas que ellos mismos han cosechado a partir de otras certificadas; es decir, los llamados R2 y R3, siguientes generaciones de la semilla certificada que se adquiere. Álvarez argumenta que esos pagos no son por la semilla en sí, sino por los genes que lleva, que han sido seleccionados durante años y siguen proporcionando las mismas ventajas que en la generación anterior. Además, dice, «el gasto por reutilizar esas semillas es de unos dos euros por hectárea», una cifra ridícula si se compara con los gastos en otros insumos imprescindibles.

El caso es que el cereal se encuentra en un momento tenso. A pesar de la aparente estabilidad, los precios nos son los que eran, como tampoco lo son los costes de producción. Y si a eso se añade que las políticas de Bruselas tampoco aportan tranquilidad…