Elena Rodríguez

Con el rabillo del ojo

Elena Rodríguez


Cero

10/10/2021

Ven. Siéntate a mi lado. Todavía lo hueles, ¿verdad? Probablemente sea uno de esos olores que se queda para siempre impregnado en tu cerebro y que hace que tu corazón vuelva a latir con esa velocidad con la que lo hizo durante aquellos días. Acércate. Sé que prefieres cerrar los ojos y regresar a aquel tiempo en el que asomarte al monte era respirar vida. Dónde está todo aquello, te preguntas cuando los abres. Aún no me lo puedo creer, te repites una noche tras otra. Lo haces en ese rato en el que todo queda en silencio y te vuelven a bombardear los recuerdos de las eternas horas de infierno en las que temiste perderlo todo. Aún tienes pesadillas. Imposible olvidar aquellas llamas que volaban hacia tu pueblo, hacia tu finca, hacia tu casa. Sitiados por el fuego. Vuelves a agobiarte. Qué hubiera pasado si…
Era imparable. Uno se siente tan pequeñito cuando la naturaleza se desata y recuerda al todopoderoso ser humano que eso no es más que un espejismo. Retorna a tu cabeza aquella voz que te dijo que tenías que irte. Salir de tu casa para escapar del peligro. Tu casa, donde guardas toda tu vida, ese lugar donde uno se siente a salvo. Pero cómo me voy a ir de mi casa, si está el fuego en la puerta. Horror. Decides quedarte en el frente y coger la manguera, sin trincheras. Mandas, eso sí, a los niños con quien sea. Adiós hijos. Adiós mamá, adiós papá. Angustia. Impotencia. Sientes que si tú no te quedas, abandonas cualquier esperanza de salvar lo tuyo porque la magnitud de aquello hace imposible que alguien pueda encargarse de protegerlo. Fueron las horas más largas de tu vida. Una noche interminable en la que sientes que estás atrapado en el infierno. Con ese ruido atronador del viento empujando las llamas. Porque no para de soplar y la hoguera parece que va a devorar todo lo que pisas. Y mientras tanto la muralla de Ávila, nuestra fortaleza, se inmortaliza en una imagen que te sigue sobrecogiendo. Arde Ávila. Ávila se quema. Fuerza Ávila.
«El incendio es monstruoso. Totalmente inabarcable. Por favor que alguien venga a ayudarnos. El fuego está pegando a las casas. Nos obligaba a retroceder constantemente. Al final tuvimos que dar el monte por perdido y centrarnos en salvar el pueblo. Esto es un desastre. La gente llora, porque esto es para llorar. Las llamas eran como ciclones, se acercaban a gran velocidad y entonces llega ese momento en el que te dicen que tienes que salir de tu casa y ahí se acaba todo, sin saber si volverás a entrar en ella. Mandamos a los niños con mi hermano, les dije que metieran ropa interior en una bolsa y nosotros nos quedamos aquí. Las llamas se han quedado a diez metros de la puerta y han entrado en el jardín. De repente ves que el monte en el que has crecido queda destruido y donde estaban los nogales centenarios de tus abuelos no queda nada. Para el que piense solo en lo material quizá no sea tan importante, pero esto es muy doloroso. Si es que el monte era un polvorín. Todos decíamos que el día que se declarara aquí un fuego sería imparable. Es desolador abrir la ventana y ver cómo ha quedado la sierra. Ves a los ancianos y a los jóvenes del pueblo llorar día y noche y se te parte el alma. Mi padre me ha dicho que no volverá a ver su pueblo como siempre lo ha conocido».
Entonces llegaron los vecinos del pueblo donde te refugiaste, cargados de comida, de agua o de todo lo que pudieras necesitar. Llegaron las caravanas de camiones de paja, las llamadas del 'en todo lo que pueda ayudarte', el tomar conciencia de la realidad que en la práctica se reducía a "al menos todos estamos bien". La preocupación por qué comerán tus vacas hoy, si es que has conseguido encontrarlas. El agua embotellada, las cisternas, las obras de emergencia, las albarradas. La leyenda del helicóptero, las explicaciones que no convencen o lo hacen a medias, las denuncias de escasez de medios, de condiciones precarias y la incredulidad por que algo que debería haber sido anecdótico desencadenara una de las mayores catástrofes naturales de la provincia. Llegaron las ilustres visitas con promesas de ayuda, el inventario de daños, las cascadas de agua negra...
Ven. Siéntate a mi lado. Cierra los ojos. Regresa conmigo a aquellos días de paseos interminables por nuestro paraíso. Recuerda el olor a naturaleza viva. Dame tu mano. Vamos a levantarnos, sin ruidos, sin aspavientos, discretos como solo nosotros sabemos hacerlo. Pero firmes porque no permitiremos que nadie nos pise. Aquí está la España vaciada. Aturdida todavía por esa sensación de vacío. Zona cero, pero en pie.
*El alma de esta columna son los afectados por el fuego de La Paramera y los testimonios que compartieron con Onda Cero Ávila durante aquellos terribles días