Sara Escudero

Desde la muralla

Sara Escudero


Influir, influenciar, influencers

22/01/2022

En un curso presencial, cuando todavía nos juntábamos con abrazos y vida pre-pandemia, nos contaron la historia de un líder de una gran empresa textil. Cada mañana a las 08,00 el jefe estaba doblando jerséis y colocando todo de manera perfecta para que todo estuviera en orden a la hora de la apertura. Según llegaban los empleados, no perdían tiempo en cosas banales y se unían al jefe en la tarea del orden y la responsabilidad. Cada día la misma faena, el mismo ritual. Cada mañana la misma enseñanza, el mismo ejemplo hasta que no fue necesario decir que a las 8.00 todo debía estar en marcha. Dicen que aprendemos a la fuerza, pero las mejores enseñanzas son las que se aprenden con el ejemplo, el hábito y la constancia. 
Existe una capacidad de influir, que produce un efecto que te hace cambiar tu manera de ver la vida. Nadie sabe en qué momento puede estar ejerciendo la capacidad de influir en otras personas, ni tan si quiera si se mantendrá en el tiempo. Pero el directivo de la empresa, con su gesto cotidiano logró cambiar una rutina por otra, dirigida a la productividad. 
¿Quién ha ejercido una capacidad de influencia sobre ti? Buena pregunta para un sábado de enero. Pero seguramente alguien, cuya capacidad de liderazgo ejerció una mágica receta en tu vida para conseguir una meta, una satisfacción, una orientación al logro. 
Nelson Mandela acudió a Barcelona en 1992 durante los Juegos Olímpicos. Allí, se dio cuenta de la influencia del deporte en la sociedad y su poder integrador. Mandela consiguió una victoria que unió a un país, influyendo a través del deporte, con el claro objetivo de luchar contra el Apartheid.  No creo que fuera suerte, sino la buena suerte que implica liderar, pensar, trabajar, una constante búsqueda de la paz, un pasar página tras años de odio y violencia. La fórmula perfecta no existe, pero ejerció un poder de influencia, cual «influencer del mundo moderno» en busca de su objetivo, que era, ni más ni menos, que el triunfo de la paz.
Quienes me conocen bien saben de mi afición por el tenis. Posiblemente es lo único que me puede dejar sentada en el sofá durante horas sin hacer tres cosas a la vez (eso y alguna de las etapas de las grandes vueltas ciclistas). El espectáculo de las últimas semanas con el caso de Djokovic, ponen al tenis otra vez en primera página de las noticias, y no precisamente por los puntos, los sets interminables o los grandes duelos entre los grandes Federer vs Nadal.
Que la familia del tenista diga que es el abanderado de la libertad, con lo que estamos sufriendo y viviendo en los últimos dos años, pasa de ser una excentricidad de un número uno a una falta de respeto a todas las personas que de una manera u otra nos estamos viendo afectadas por el fallecimiento de familiares, amigos, las largas ausencias, los planes cancelados, las vidas pausadas. Ser el número uno del mundo en algo, no es solo ser el mejor en las pistas o terreno de juego. Ser el líder, para mí, significa influir en el comportamiento de aficionados al tenis, de jóvenes que lo ven como un ídolo. Ser un líder es motivar, inspirar a la gente en los retos y desafíos conquistados. Ser un líder no es abanderar una libertad de libertinaje, sino encabezar la libertad de quienes trabajan a través de los valores, el esfuerzo y la motivación. Luchando por sí mismo sin que por eso tengas que poner zancadillas a la persona que va en tu misma calle en la pista de atletismo, porque destaca o porque te gana. Ser líder nunca puede ser capitanear la mediocridad, porque un líder debe inspirar, no defender colores de algo que no nos representa.
Según una encuesta, el 16% de los niños menores de 8 años quieren ser youtubers o influencers. Atrás quedó el querer ser médico, maestra o astronauta, profesiones que ciertamente pueden cambiar el mundo. Quizá debemos modificar de nuevo el poder de la influencia. Para que cambiar el mundo no salga tan caro. Para que ser «influyente insustancial» no valga la pena.