José Ramón García Hernández

Con la misma temperatura

José Ramón García Hernández


El peso de las mochilas

06/02/2022

Esta semana en una conversación con mi hija Gadea no dejaba de sorprenderme que en plena era de la revolución digital, la mochila con la que va al cole fuera tan voluminosa o pesada, como la que yo tenía que acarrear por las empinadas cuestas de Ávila hace no tanto tiempo, aunque algún adversario bienintencionado me recuerde el número exacto de canas que peino.
No deja de sorprenderme, porque grabó en mi un pésimo hábito, aunque este no sea el espacio para las confesiones íntimas. Jamás llevo ni maletín ni mochila, siempre voy con lo puesto. No puedo con todos los cuadernos, lápices, de colores o sin ellos, estuches, o moleskines, que los demás atesoran. Y reconozco que es un fallo, porque todo lo fío a la memoria; pero el peso de aquellas mochilas, la pesadez de que no valían de año en año, el cárgalas a la espalda como si fuera un coetáneo Sísifo que cada día tenía que llevar todo de vuelta al mismo punto de salida y eso sin olvidar los donuts de toda nuestra generación, hicieron mella en mi. Prefiero, y eso lo saben mis amigos, viajar ligero de equipaje.
Para mi disgusto veo que mi hija y, las de muchos o casi todos, siguen así, actualizando cada semana el mito griego. No puedo excluir si es que las cosas no cambian o no queremos que cambien. Es verdad que se han impuesto la moda de las mochilas en forma de las maletas y veo como algunos van con carritos como si fueran equipaje de mano para estratosféricos viajes post-covid en avión, cuando todo esto pase. Me pregunto por su utilidad, porque, además, tienen que llevar el móvil que no pueden usar, la tablet por si la usan, y el ordenador cuando es obligatorio. Y si ustedes miran alrededor parece que el futuro en vez de aligérarnos a todos, al contrario, nos ha cargado un poco más, si esto era aún posible. Creo que estoy apunto de afirmar que las mochilas son inútiles.
Pregunto a mi hija con temor paternal, a alguien que está en el umbral adelantado de la adolescencia, qué es lo que lleva allí dentro como si tuviera vida propia, temiendo que alguna respuesta ingeniosa la quiera relacionar con Pablo Escobar habiendo heredado mi humor ridículo, o me recuerde las prescripciones del cole o la autoridad de su madre, o en plan literario me diga «que es una mochila para dominarlas a todas». La realidad es más de volver a andar por el pasado.»Pues llevo el cuaderno de mates, del de ciencias, el de inglés, el de 'transformación digital'», me contesta, sin que exista contradicción. Y además aquí se almuerza en clase y te lo tienes que llevar de casa, más la ropa de gimnasia y la del fresquito que corre por estas tierras. Un milagro que no pase nada más.
Se ha impuesto un lenguaje muy certero entre personas más maduras. Consiste en hablar de sus mochilas. De todas esas experiencias que vamos acumulando sin asimilar, de todos nuestros fallos por los que no hemos pedido perdón, con los que no nos hemos reconciliado o de los que no hemos sacado las enseñanzas suficientes para volver a equivocarnos. Así muchos hablan de sus mochilas personales, las que parecen seguir cargando, como si se llenasen de piedras oscuras a lo largo del camino y que, en un momento u otro, entorpecen la marcha, el crecimiento, o nos hacen quedarnos atrás. Muchos hablan de que han soltado sus mochilas, alentados por alguien, mirando más arriba, sintiéndose perdonados o comprendidos por fin, en una sociedad que está coronando como reina a la soledad, círculo vicioso que siempre hay que romper, no estén nunca solos, si no la mochila se vuelve insoportable.
Tal vez por eso el aprendizaje de caminar con mochila sea fundamental. Hace unos años me contaba un gran amigo Alejandro, hoy Coronel de la Guardia Civil, que jamás había estado más en forma que cuando formaba parte de un grupo que iba con la mochila a todas partes. No estaba cachas con grandes músculos, ni impresionaba la tableta abdominal, pero sentía que andaba ligero, llegaba a todas partes, y era más fuerte por dentro y por fuera. La necesidad de entrenarnos con el peso de nuestras mochilas y con el valor humano necesario para aligerarlas, un valor que siempre reside en la humildad.