Hace un par de días celebrábamos la fiesta de San Juan de la Cruz: una jornada que para amplios sectores de nuestra sociedad adquiere un valor importante. No sólo por su conexión con nuestra tierra, o por su condición de Santo y Doctor, sino también por ser patrón de los poetas en lengua castellana, y otras muchas razones que se podrían alegar.
Este año, sin embargo, me fue imposible poder pasar la fiesta en Ávila. Diversos compromisos me llevaron a tener que aventurarme por tierras del centro y norte de Europa. Algo que, en el fondo, no ha sido simple casualidad, sino que me ha abierto el horizonte de la importancia que sigue teniendo Juan de la Cruz en ámbitos y foros insospechados.
Mi primera parada de este viaje invernal fue la ciudad polaca de Breslavia, capital de la región de la Silesia. Una ciudad increíble y sorprendente por su belleza y disposición geográfica, que en estos días lucía, además, un mercado navideño de ensueño y trasiego. La Universidad civil de la ciudad organizó un congreso internacional sobre 'Mística, ciencia y cultura', que atrajo a estudiosos de diversas partes del mundo. El tema que me pidieron tenía que ver con el «saber místico» según una de las grandes figuras del siglo XX, discípula de Juan de la Cruz, y nacida precisamente en la ciudad de Breslavia: Edith Stein. 
Desde el primer momento me sorprendió la centralidad que en el congreso tenía la figura de Juan de la Cruz, quien junto a Teresa se robó gran parte del protagonismo. Especialmente marcado por un increíble concierto que presentaba nuevas piezas de la compositora polaca Alina Blonska, y que llevaba por título Noche Oscura. Diversas piezas fueron interpretadas, y siempre precedidas por el recitado en polaco y español de los poemas de Juan de la Cruz. 
No se trataba simplemente de unos poemas musicalizados, sino que la compositora se propuso ir mucho más allá: su pretensión fue adentrarnos en la vivencia espiritual y mística del Santo a través del lenguaje de la música, el canto y los instrumentos. El resultado fue sorprendente, porque no se trataba simplemente de una estética musical, sino del desafío de hacer sentir al auditorio algo de ese proceso interior de la Noche y del Cántico, principalmente. Y he de confesar que, al menos en mí, consiguió realmente recrear ese efecto. La fusión de los instrumentos, el generar sonidos inesperados, los contrastes entre bajos y agudos… Un concierto no sólo creativo, sino capaz de emocionar y despertar algo que todos llevamos dentro.
De Polonia continuaba mi viaje hacia Austria y Alemania, también llevado de la mano de Juan de la Cruz: allí pude desarrollar un curso ya más amplio y detallado sobre la doctrina y contenido del Cántico Espiritual, concluyendo precisamente con la celebración solemne de la fiesta del Santo.
Estos eventos vividos en el transcurso de una semana han servido para reconocer que el Místico de Fontiveros, no sólo es reconocido y querido internacionalmente, sino que su pensamiento, su vida, su doctrina y poesía, siguen despertando gran interés y atractivo en muchos ámbitos del saber y de la cultura, tanto en España como a nivel internacional.  
Y desde lo que voy percibiendo en tantos ámbitos diferentes, la mística de Juan de la Cruz va a ir adquiriendo cada vez más una presencia y un atractivo cualificado en muchos sectores de la sociedad. Quizás, porque nadie como él lleva el sello de la belleza, pero también de la capacidad de entrar en lo más profundo del corazón humano, preocupado por ayudarnos a vivir plenamente la vida. Autenticidad y veracidad serían dos calificativos esenciales de la mística sanjuanista, que no cae en la trampa del autoengaño, sino que se adentra a iluminar las sombras que nos acompañan y que resultan incomodas de reconocer. 
Por eso mismo, como se cantaba este año en el encuentro poético en honor del Santo, Juan es un hombre de paz, constructor de una paz verdadera, cimentada en la solida roca de la armonía interior.