Begoña Ruiz

Reloj de arena

Begoña Ruiz


La lámpara maravillosa

19/12/2021

Ayer me puse a escribir una lista de deseos, pero como los días son tan cortos, enseguida tuve que encender una lámpara, entonces me acordé del precio del kilovatio y el pensamiento se fue por otros derroteros. ¿De dónde ha salido la costumbre de iluminar las ciudades desde mediados de noviembre a mediados de enero? ¿Quién lo paga? ¿Cómo se las han arreglado para imponernos esta costumbre?
 ¿Será similar a la de las doce uvas? Parece que en un momento del pasado hubo un excedente de esta fruta y alguien se le ocurrió la brillante idea de comerlas a la vez que sonaban las campanadas de fin de año y así, en vez de dejar que se pudrieran, las comercializaron con gran rentabilidad.
Por otro lado, a Carlos III se le ocurrió el negocio de la lotería, y le dio resultado, posteriormente se definió: "como un medio de aumentar los ingresos del erario sin quebranto de los contribuyentes" es decir, "el impuesto de los tontos". Pero ¿cómo no vas a comprar lotería? ¿Y si toca? La compramos, la regalamos y tiramos la casa por la ventana. ¡Que es Navidad! Repartimos décimos hasta con el cuñado y la suegra y nos sentimos tan buenos que casi rozamos el cielo, porque la lotería es compartir, dice el eslogan. 
La cultura globalizada nos ha impuesto una serie de costumbres navideñas que todos hemos aceptado muy alegremente porque disuelven las fronteras entre países y equiparan todas las creencias. Eso de poner el nacimiento era muy cristiano y lo del pino, muy nórdico, pero las luces dan sensación de igualdad y prosperidad. 
Creo que por esa efímera sensación pagamos un precio muy caro y lo que verdaderamente logramos es que los más ricos se enriquezcan más. ¿Se nos ha olvidado que las eléctricas llevan un año entero sableándonos?  Hábilmente han logrado que tengamos una especie de amnesia y que psicológicamente asociemos la luz artificial no solo con la igualdad y la prosperidad, sino también con la alegría y todas las dulces emociones relacionadas con estas fechas.
La globalización basada en el dinero es la nueva religión, de la que no podemos escapar. A todos nos gusta vivir bien, y como decía Groucho Marx, creemos que la felicidad está hecha de pequeñas cosas: una pequeña mansión, un pequeño yate y una pequeña fortuna. Me estaba poniendo mala con mis contradicciones. Así que froté la lámpara en vez de encenderla y sentí un cosquilleo en los dedos; no sé si fue el roce con un genio o un calambre eléctrico, el caso es que no permití que el precio de la luz electrocutara mi lista de deseos. Quiero que los brotes sean de flores y no de variantes del COVID, que se contagien las ganas de vivir y no los virus letales; quiero que a los volcanes les tape alguien la boca o les coma la lengua el gato, que podamos acabar con la guerra simplemente quitando una "r" y añadiendo una diéresis para convertirla en "güera". Quiero vivir una temporadita en las nubes y reconocer que algunos seres queridos no se han ido tan lejos. Quiero una pluma de dinosaurio volador para escribir historias de aquella época en la que las gallinas tenían dientes; quiero la locura de Don Quijote para enfrentarme a los gigantes y por último, quiero que la luz se mida por los ánimos con los que alumbramos a los demás y no por los kilovatios que consumimos.
¡Felices fiestas!