Carolina Ares

Escrito a tiza

Carolina Ares


Calabacillas y amigos

26/11/2022

Hay un consenso general por el que se considera a Diego de Velázquez como pintor de pintores. Muchos de los considerados grandes artistas le han estudiado, copiado y se han amparado en él cuando dudaban de su pintura. Goya, Manet, Degas, Sorolla, Picasso, Bacon… todos ellos han admirado al pintor sevillano aspirando a alcanzar su maestría. En sus cuadros podemos ver reflejado el conjunto de lo que será el arte posterior. Basta un detalle de un cuadro suyo para que te conquiste para siempre. 
Sus temáticas son muy variadas, desde los escasos cuadros religiosos y mitológicos que pintó, las escenas reales, las pinturas conmemorativas hasta los retratos del personal del palacio, más conocidos como los Bufones de Velázquez. Estos últimos siempre han llamado mi atención. Al no estar directamente pagados por los retratados, no era necesario sacar favorecidos a los modelos, por lo que la libertad del pintor a la hora de realizarlos fue un factor a favor que hace que se consideren entre las obras cumbre del retrato. La pintura de los bufones, enanos y truhanes, nombres con los que se les designaba en la corte, se realizaba ya en el siglo VI y contemporáneamente a Velázquez hay otros pintores retratándolos, entonces ¿por qué esta obra del pintor sevillano es tan admirada y más relevante? Mucho se ha escrito sobre el tema. Por un lado, se destaca la libertad y la técnica que emplea, considerada por algunos estudiosos superior a la que utiliza para los retratos reales. Se ha llegado a afirmar que no hay lástima en su manera de pintarlos, pero tampoco una reivindicación, tan solo una mirada sobria y un pincel ya experimentado que intenta por encima de todo reflejar la realidad. 
Sin embargo, siempre que se habla sobre los bufones de Velázquez, es inevitable hablar sobre sus miradas, que intentan reclamar nuestra atención de una manera distinta a los demás retratos. Yo misma descubrí todo lo que representaba Velázquez a través de la mirada del bufón Calabacillas, que en apariencia consiste en dos sencillos puntos negros.  La explicación de sus miradas es propia del barroco, donde destacan los grandes retratos que llaman la atención sobre la psicología del personaje desde la manera en que los ojos se dirigen al público, siendo en ocasiones la verdadera reveladora de intimidad. Esta interpretación alcanza su máximo exponente en esta obra de Velázquez, en la que la variedad de matices exige nuestra atención. Pero no es solo la mirada, es el gesto, la expresión corporal y hasta la ropa, vistiendo a alguno de ellos entero de negro, color reservado solo para el rey. La pintura del sevillano les imprime tal serenidad y formalidad que hace ineludible acercarse a ellos como las personas humanas que son, no como el oficio que desempeñaban, haciéndonos preguntarnos quiénes eran. Tanto es así que los personajes que aparecen en este tipo de obras de Velázquez han sido identificados y estudiados. Mi querido Calabacillas, don Sebastián de Morra, el Primo o Pablo de Valladolid han permanecido en nuestra cultura gracias a los retratos de Velázquez, y han hecho que sepamos sus sueldos, quién era el conquistador, cuál era violento, quién padecía una enfermedad y que uno solo fingía porque sus condiciones en la corte eran muy ventajosas. Todas estas historias son ciertas, la respuesta está accesible a todos en libros y en internet. O, si no, podéis ir al Museo del Prado y conocerlos. Una mirada os lo contará todo.