Un pueblo sin esperanza

Gaspar Ruiz-Canela (EFE)
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Centenares de rohinyás tratan de reescribir su futuro en Indonesia ante su precaria situación en los campos de refugiados de Bangladés tras escapar de Birmania

Un pueblo sin esperanza - Foto: Reuters

La llegada a principios de año de dos embarcaciones con unos 230 rohinyás en situación precaria a Indonesia es solo una prueba más de la falta de esperanza de esta comunidad en los campos de refugiados de Bangladés y en su Birmania natal.

Uno de los últimos barcos con alrededor de 174 rohinyás, incluidos mujeres y niños, arribó a las costas de Aceh, en el norte de la isla de Sumatra, después de una peligrosa travesía de más de un mes desde Bangladés en la que se cree que hubo 26 fallecidos, según indicaron algunos supervivientes a la agencia de la ONU para los refugiados (Acnur). Poco antes, 57 personas, todos hombres, fueron encontrados en una playa tras llegar a través de otro navío.

Según denuncian desde Acnur, unos 2.000 individuos se embarcaron el año pasado en peligrosas travesías desde Birmania y Bangladés en el golfo de Bengala y el mar de Andamán, de los que unos 200 perdieron la vida y 180 continúan desaparecidos, las peores cifras desde 2014, que no hacen más que confirmar una crisis marítima que se repite cada año entre finales de octubre y mayo, cuando el tiempo es más favorable en el mar.

Ante el empeoramiento de la situación en Birmania, donde los rohinyás carecen de derechos y no están reconocidos como ciudadanos, y la falta de perspectivas en los campos de Bangladés, estas personas no tienen más remedio que arriesgar sus vidas en peligrosos viajes en botes precarios.

Son muchas las embarcaciones que han partido en los últimos meses, en su mayoría desde Bangladés aunque también de Birmania, incluida una con alrededor de 180 personas a bordo que se habría acabado hundida.

Este éxodo marítimo fue especialmente grave en el año 2015, cuando en la llamada «crisis de los barcos» unos 5.000 rohinyás y bangladesíes se quedaron a la deriva en decenas de naves en el golfo de Bengala y el mar de Andamán. La crisis se produjo porque las autoridades tailandesas interrumpieron las redes de tráfico de personas en el sur del país y los traficantes abandonaron las embarcaciones al no tener dónde desembarcar. Tras semanas en las que ningún territorio quería aceptar a los migrantes, finalmente la mayoría fue acogida por Malasia e Indonesia y algunos en Tailandia.

Según datos ofrecidos por Acnur, unas 380 personas han muerto o desaparecido en 2022, lo que supone el mayor número de víctimas desde 2014 (730 víctimas) y 2013 (890).

En un informe, la agencia de la ONU indicó que en los últimos años el número de mujeres y niños en los barcos ha aumentado, llegando a suponer dos tercios de los que se trasladaron en 2020 y 2021.

Según la agencia, los rohinyás pagan entre 3.400 y 4.900 dólares a los traficantes de personas para embarcarse en los viajes desde Bangladés y Birmania y se enfrentan a abusos, la falta de agua y comida en viajes precarios.

Pese a la peligrosidad del viaje, cuando llegan a países como Tailandia y Malasia suelen ser detenidos, ya que estos Estados no son firmantes de la Convención de Refugiados de la ONU y los considera inmigrantes ilegales. Es más, la Marina tailandesa ha sido acusada de empujar a los buques con rohinyás fuera de sus aguas territoriales y dejarlos a la deriva en alta mar.

Las naciones del Sudeste Asiático firmaron en 2016 la Declaración de Bali con el compromiso de ayudar a las personas en peligro en las aguas, pero solo Indonesia y Bangladés facilitan el desembarco de naves con rohinyás.

Rechazo y persecución

Desde hace décadas, este colectivo sufre persecución en Birmania, donde las autoridades no les reconocen la ciudadanía y les coartan derechos como la libertad de movimiento y el acceso a la educación y sanidad adecuada.

La raíz del problema radica en el rechazo de muchos budistas, que son mayoría en Birmania, a la comunidad rohinyá, que profesa mayoritariamente el islam.

En 2017, una operación militar en respuesta al ataque de militantes rohinyás provocó el éxodo a Bangladés de más de 740.000 miembros de esta comunidad en medio de acusaciones de asesinatos, violaciones y quemas de casas que están siendo investigadas por supuesto genocidio y presuntos crímenes contra la humanidad en los tribunales internacionales.

Los mismos militares liderados por Min Aung Hlaing tomaron el poder mediante un golpe de Estado en 2021 que ha agravado la situación en el país, incluidos combates con la guerrilla del Ejército Arakán en el estado Rakáin (Arakán), donde viven los rohinyás.

Sin embargo, la mayoría de esta comunidad vive hoy día como refugiada en Bangladés, que acoge a cerca de un millón de personas de esta minoría en uno de los mayores complejos de campos del mundo situado en Cox´s Bazar.

Los rohinyás viven en situación precaria y, además de la falta de futuro y de esperanzas de poder volver a su país natal, se enfrenan a un aumento de la violencia y el crimen en los centros, a lo que hay que sumar un control cada vez más estricto por parte de las autoridades bangladesíes.