Ester Bueno

Las múltiples imágenes

Ester Bueno


Toxicidades

11/11/2022

A veces nos empeñamos en mantener relaciones de amistad que se han quedado obsoletas y que, en vez de enriquecernos o formar parte del lado positivo de las cosas, se convierten en pesadillas y lastres difíciles de sobrellevar. Dependiendo de las pruebas que la vida nos va poniendo delante y de todo aquello con lo que nos toca bregar, nuestros pensamientos e intereses pueden sufrir cambios sustanciales y no confluir para nada con los de otras personas con las que hasta cierto momento hemos caminado al unísono, con las que nos reíamos, llorábamos o destilábamos una química que nos convertía en seres rodando en el mismo circuito, con los que nos entendíamos con una mirada, o con quienes podíamos pasar una noche entera hablando de todo y de nada, en el convencimiento de que la comprensión era mutua.
Desde luego que hay amistades que perviven para siempre. Son esos pocos supervivientes de las batallas del tiempo y el espacio, de las distancias y el ajetreo de unas vidas cambiantes. Esos amigos que sabes que nunca te van a fallar y cuya generosidad, aceptando tus excentricidades y secretos, está por encima de la lógica más aplastante. Este tipo de amor filial es recíproco y perdonante, y aunque puede haber periodos de menor comunicación, a la vuelta no hay resentimientos y la imagen cerebral que representa la relación es siempre una sonrisa y no un ceño fruncido. Pero hay otro sector con el que las confluencias se dirimen en el tablero de ajedrez de la paulatina incomprensión, y es este un sentimiento que nos conduce a la tristeza y a la sensación de haber fallado, de haber contribuido a destruir lo que en su momento nos llenó de alegría y nos aportó enseñanzas con las que construimos recuerdos imborrables. 
En esta diatriba resuena el tipo de educación del «no fallar», «no renunciar», «no perder» "no dejar ir". Sorprendentemente estamos imbuidos de eternidad, siendo tan frágil nuestro cuerpo y tan segura la finitud de un corazón que si traspasa latiendo los 80 años ya es un logro. Los amores han de ser eternos y los amigos también. Todo este pensamiento pueril y poco inteligente se ve alimentado aún más por esta nueva era de frases grandilocuentes presentes en las redes sociales y atribuidas a personajes históricos ciertamente sospechosos. También hay máximas que emergen de un aquelarre colectivo y que aseguran la existencia de un punto vital, que pueden ser los treinta años, por ejemplo, a partir del cual ya no puedes tejer nuevas amistades tan profundas y arrebatadoras como hasta ese momento.
Así las cosas, en este terreno de la amistad bien y mal entendida, habría que apelar nuevamente a la reflexión y al autoperdón como línea de búsqueda del bienestar, ya que «felicidad» es un concepto demasiado atrevido. Si hay divergencias con algún compañero de viaje, podemos ponerle amorosamente las maletas a la puerta, siempre con delicadeza y el cuidado que se merecen las personas que hemos querido mucho, conservando como tesoros los sueños compartidos, los secretos desvelados, las veredas andadas. El sentimiento ancestral de culpabilidad debe dejarse fuera por el bien de ambas partes y correr un velo sanador contribuirá a la paz del entorno de ambos. Perdonarse a un mismo es el mayor acto de contribución a la paz general que puedo imaginar, porque muchas personas inconsolables conforman un ejército plañidero y derrotado con mucha energía negativa con la que sembrar su mundo más cercano. 
En cuanto a la afirmación de que existe un límite en la cronología personal para poder trabar nuevas amistades, es pueril y desacertada. Nuevos acompañantes pueden aparecer en cualquier estación y ser la salvación y la inspiración de ese tramo del trayecto aún por recorrer. Es probable que vengan cargados de visiones distintas, de dimensiones que no reconocimos antes, aunque estaban. Pueden quitarte vendas y suturar heridas y consiguen a veces que se despejen las dudas sobre el propio acierto de tu devenir.
No tener miedo es la clave de todo. No tener miedo a dejar ir, no tener miedo a que otros lleguen. No tener miedo a perder y a dejar espacios en blanco. No es malo dejar algún paréntesis, huertos sin cultivar. Es bueno el barbecho. Las lluvias deben caer sobre la tierra no cultivada para lavar las raíces de lo que no ha nacido, para conseguir que las nuevas flores destilen los colores brillantes de lo nuevo. Mimar lo que pervive, abrir los brazos a lo que vendrá. 

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