"Me voy sin que nadie me lo haya pedido"

Leticia Ortiz (SPC)
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El 29 de enero de 1981, Adolfo Suárez comparece en televisión para anunciar su dimisión como presidente del Gobierno, acosado por la fractura interna de su partido, el auge del PSOE y el malestar militar

"Me voy sin que nadie me lo haya pedido"

El reloj marcaba las 19.40 horas del 29 de enero de 1981 cuando Televisión Española, la única cadena que por entonces emitía en todo el territorio nacional, interrumpió su programación. La imagen que apareció en las televisiones de todos los hogares fue la del presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, vestido con chaqueta oscura, camisa azul celeste y una corbata azul oscura a rayas blancas. En el fondo del plano general con el que arrancó aquella inesperada interrupción se veía la bandera española, un retrato del Rey y un cuadro con una foto de Amparo Illana, la mujer del líder de la Unión de Centro Democrático (UCD). Sobre la mesa del despacho, un cenicero, un mechero y unos papeles que, en ese instante, nadie sabía lo que podían contener y que, sin embargo, iban a cambiar la Historia de España.

«Hay momentos en la vida de todo hombre en los que se asume un especial sentido de la responsabilidad. Yo creo haberla sabido asumir dignamente durante los casi cinco años que he sido presidente del Gobierno. Hoy, sin embargo, la responsabilidad que siento me parece infinitamente mayor» arrancaba un Suárez serio que en los casi 10 minutos de intervención no dejó de mirar a la cámara como si realmente mirase a los ojos de cada espectador que seguía aquella inesperada comparecencia en la que, por sorpresa, el líder del Ejecutivo iba a anunciar su renuncia al cargo. 

La sorpresa de la dimisión, en realidad, no lo fue tanto, aunque nadie imaginaba que el abulense pudiera acabar dando ese paso, a pesar de las circunstancias adversas que le rodeaban: su partido, la UCD, una amalgama de siglas, familias e ideologías, hacía aguas, con una fractura interna que nunca llegaría a cerrarse; la oposición, especialmente el PSOE, ganaba apoyo popular en cada cita con las urnas, con una nueva generación de políticos, con Felipe González y Alfonso Guerra, a la cabeza; el Rey ya no era aquel cómplice que le llevó a La Moncloa cuando nadie lo esperaba, dándole las llaves de una Transición que nadie sabía cómo acometer y, sobre todo, cómo podía terminar; el terrorismo de ETA era ya uno de los grandes problemas del país, en el inicio de aquellos años de plomo que dejaba asesinatos casi cada día, con las Fuerzas de Seguridad en el punto de mira de los pistoleros; y los militares, indignados con las políticas del Gobierno, sobre todo por la legalización del Partido Comunista, y su falta de mano dura contra los etarras, mantenían un continuo ruido de sables que según algunas fuentes podía acabar en una rebelión que acabase con el sueño de paz construido durante la Transición.

Muchas circunstancias sí, pero ninguna explicación real. Y es que Suárez ni siquiera cuando se retiró de la vida pública años más tarde, tras fundar y liderar el Centro Democrático y Social (CDS), que fracasó en las urnas, detalló los motivos que le llevaron aquel 29 de enero de hace 40 años a comparecer ante los españoles para comunicar que dejaba de ser presidente del Gobierno. «No me voy por cansancio. No me voy porque haya sufrido un revés superior a mi capacidad de encaje. No me voy por temor al futuro», apuntó en aquella declaración en la que también dejó caer que era una decisión libre: «Me voy, pues, sin que nadie me lo haya pedido».

 

La relación con el Rey

Con esa última frase, Suárez también intentó disipar cualquier responsabilidad del Rey Juan Carlos en su dimisión, como se comentaba en los corrillos políticos. Aunque el hecho de que el abulense no nombrase al Monarca en su discurso de despedida sirvió para avivar aquellos rumores. Sin embargo, con el paso del tiempo, los historiadores y periodistas que se han acercado a esa época a través de libros y artículos coinciden en que ese olvido intencionado tenía más que ver con el enfriamiento de las relaciones entre el Soberano y el presidente que con el papel de Zarzuela en la renuncia del líder del Ejecutivo.

No comparte esta opinión la periodista Pilar Urbano, una de las plumas que más ha escrito de la Transición y esos primeros años de democracia que en su obra La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar narra un durísimo encuentro entre ambos en el despacho del Soberano el 22 de enero de 1981, apenas una semana antes de dimisión. «Uno de los dos sobra en este país, uno de los dos está de más. Y, como comprenderás, yo no pienso abdicar», llega a decirle el Rey a Suárez, según Urbano.

Golpe de Estado

Tras la renuncia del abulense, algo inédito en aquellos años y que en cuatro décadas no ha vuelto a repetirse, la UCD propone a Leopoldo Calvo-Sotelo, que por entonces ocupaba la Vicepresidencia de Asuntos Económicos, para relevar a Suárez al frente del Gobierno. El 19 de febrero arranca el debate de investidura y un día después, en la primera votación, el candidato no logra la mayoría absoluta requerida para alcanzar la Presidencia. La segunda votación queda programada 48 horas después, tal como establece el artículo 99.3 de la Constitución española, el 23 de febrero. A las 18,23 horas de aquel día, en pleno trámite parlamentario, un grupo de guardias civiles irrumpe en el Congreso al mando del el teniente coronel Antonio Tejero. Arrancan entonces las 18 horas más tensas de la Historia moderna de España, donde la democracia estuvo pendiendo de un hilo muy fino.