Luis Landero pone nombre al Premio de las Letras

I.Camarero Jiménez
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El novelista y escritor centró su discurso en la defensa de la cultura popular y de «los benditos libros literarios», esos en los que late «el corazón de la tribu»

Luis Landero pone nombre al Premio de las Letras

Oportunamente, en el marco de las fiestas de la Santa, llegó la entrega del Premio de las Letras Teresa de Ávila. El novelista y articulista Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) acudió emocionado, «honrado y orgulloso» a recogerlo porque «en una profesión tan solitaria, esto de que reconozcan tu trabajo es como al actor, que después de acabada la obra, le gusta salir a recibir los aplausos». Y en su caso, todo se potencia por venir «de la ciudad de Ávila y con un premio que lleva el nombre de Santa Teresa».  

 Eran las palabras previas que dirigía a la prensa momentos antes de que empezara el acto que tuvo lugar en el Auditorio de San Francisco y con el que se escenificaba el reconocimiento a la trayectoria y la obra de, en palabras de los miembros del jurado, «un gran novelista» y un «gran escritor» en cuyos textos emplea «una de las prosas más hermosas de la lengua actual». Sin duda, «uno de los grandes autores del siglo XX» y enormemente premiado en su recorrido vital. Precisamente su discurso fue un caminar por su pasado, por todos los acontecimientos, especialmente familiares, que le hicieron ser quien es, pero también y de algún modo por acontecimientos y autores de la literatura que forjaron al autor, al escritor que es hoy y que le ha valido el reconocimiento del pueblo de Ávila.

Comenzaba su intervención recordando la niñez, esa etapa de la vida en la que nos creemos inmortales y en las que el tiempo pasa tan despacio, pero también esa etapa en la que su padre estaba obsesionado con todo lo contrario, con la vida breve, el paso rápido del tiempo del que ahora se ha dado cuenta Landero y que a veces hace pensar en la muerte. Hiló su discurso mencionando, cómo no a aquel Jorge Manrique que tan bien hablaba de ello, de la muerte, en sus famosas coplas (recuerden). Pero la historia, nuestra historia y la de nuestros antepasados se nutre de literatura, de tradición oral, de música... La música también pasó por su discurso con canciones que recuerdan lo efímero de la existencia como aquel tango que decía aquello de «pensar que 20 años no es nada», ni 20, ni 30, ni 40... Y así andando, andando Landero recordaba de nuevo aquella niñez en la que vino a Ávila con sus compañeros de colegio. «Parece que fue ayer cuando vine aquí», cuando no se cansaba. Un momento para recordar la figura de un Don Quijote que según, Luis Cernuda, «nunca se cansaba de vivir».

Poco a poco Landero iba haciendo y recorriendo el camino de sus influencias. Como rememoró a Don Quijote, lo hizo con Simbad el Marino quien primero vivió las historias y luego las contó, una forma más de pervivir en el tiempo. Tan digna existencia como la de Don Quijote quien primeró leyó y luego vivió. Cierta nostalgia se notaba en su  discurso, pero también alegría de vivir y de haber vivido una infancia entre campesinos (a mucha honra, desde luego). 

Precisamente los antepasados protagonizaron parte de su discurso, preguntándose por los más inmediatos pero también por los que construyeron nuestra historia hace casi 3.000 años. Se preguntaba si los que perecieron han muerto dos veces víctimas del olvido. Landero tenía claro que no y eso obedece, y ahí llegó una de las cumbres de su discurso, «esencialmente a los libros», al fin y al cabo su razón de ser, la de Landero. Autores, decía como «el del Lazarillo, Santa Teresa, Cervantes, Lope, Quevedo...» gracias a ellos hay libros «que siguen vivos, latiendo cuando un lector los abre y los lee, porque de los escritores y los lectores depende que nuestro pasado colectivo no sea devorado por el olvido». Esa pervivencia de los libros constituye al fin y al cabo «el corazón de la tribu». No están, sin embargo, para eso los libros de historia en los que se entrevé la vida de los poderosos, las guerras, las revoluciones, los datos, pero ¿y la gente normal? Los que sufren la historia («como dijo Camus»)... Para eso están, reivindicó«los benditos libros literarios». Para ellos fue su homenaje. El homenaje dentro del homenaje. Para ellos y para su familia, esos campesinos ávidos de saber, pero que, como mucho, «habían aprendido en la escuela a leer, a escribir y a echar las cuentas. Todo de un modo muy elemental». Con ellos no tuvo libros, eso vendría mucho después, pero sí tradición oral y respeto por la cultura, el saber y el esmero en hablar lo mejor que sabían y en comportarse con dignidad y educación». Puede que «académicamente» fueran incultos, pero no desde el punto de vista de la cultura popular, la de la tradición oral que ayer Landero defendió a capa y espada. Y que él por suerte completó con ayuda de los libros, de la tradición escrita. Un doble legado por el que se considera «doblemente afortunado».

Gracias a todo ese bagaje recibió este 11 de octubre el premio de las letras Teresa de Ávila (dotado con 10.000 euros, una escultura de Emilio Sánchez y la publicación de una de sus obras en la colección Castillo Interior). Un premio en palabras del alcalde de Ávila, Jesús Manuel Sánchez Cabrera, muy merecido pues «distingue a uno de los escritores más importantes de la narrativa española contemporánea. Una persona que ha sabido plasmar sobre el papel aquello que le impactó desde que era pequeño, desde la experiencia de la narrativa oral que tuvo de sus mayores». Entregar el galardón es, dijo «un honor» y «nos llega muy adentro a todos sus lectores. Hoy quedamos unidos Luis Landero y Ávila y Santa Teresa de Jesús con Luis Landero».