Chema Sánchez

En corto y por derecho

Chema Sánchez


Las cosas del querer y no poder

25/03/2023

Allá por finales de los 80, veía la luz una comedia de esas que se hacían como churros, en una época que algunos calificaban como aperturista, aunque ya se prolongaba más de una década después de haber empezado a criar malvas el dictador Franco. Se lanzaba como digo esta película costumbrista de Jaime Chávarri, que abordaba el asunto sempiterno de los celos, de la homosexualidad y algunos otros tópicos de guión siempre presentes en un script que se precie para una producción española. La cinta tuvo bastante éxito e incluso se llegó a filmar una segunda parte.
Me vino a la memoria el título de esa obra, protagonizada por Ángela Molina y Manuel Bandera, porque en ciertos momentos, la vida pública actual asemeja vivir a golpe de impulsos eléctricos, como esas descargas que se brindan al ganado para adormecerlo a la hora de subirlo al camión, o peor, para enfilarlo hacia el matadero… Es cierto que hay querer, pero falta mucho poder en la política con mayúsculas de nuestro país. Nos hemos superado, con todos los respetos, y hemos querido emular, pero por lo alto, a los estadounidenses, sumidos en esa moda de poner presidentes que ya han dejado olvidado el carné de jubilados, dado el tiempo transcurrido desde que solicitaron su ingreso a la vida no activa. Que Tamames, un tipo con un prestigio reconocido, pese a sus idas y venidas, autor de una obra de referencia para numerosos estudiosos, en activo y de carné, como el libro "Estructura económica de España", aceptara ser candidato en la esperpéntica moción de censura vivida durante la semana que culmina, debería hacernos reflexionar con amplitud sobre dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos. El primer mensaje a extraer, si reflexionamos, tiene que ver con las capacidades decisorias de ciertos líderes, que anteponen el "aquí mando yo", a la sensatez que tienen los planteamientos sosegados, meditados y, si cuadra, consensuados. El segundo, como decía, se refiere a la cada vez más complicada opción de contar con talentos o con personas con una preparación importante –más allá del ámbito funcionarial y anexos– que se presten a trabajar y, lo que es tanto o más importante, dar la cara por sus congéneres. Es tal el grado de desprestigio de la política en España, que se ve a auténticos especímenes –de un lado y el otro del arco parlamentario– que, en determinados casos, no tendrían opción alguna siquiera de tener un trabajo remunerado por su ineficiencia, dejadez, o ambas cosas a la vez. Y ocurre como con el fútbol de élite (y como en la vida misma), que los del montón pasan desapercibidos. En este momento, tenemos en las Cortes Generales 614 parlamentarios (senadores y diputados), que hacen un número superior a las 20 plantillas que conforman los clubes de primera división del fútbol español. No está nada mal. Con una diferencia importante entre ambos conceptos: la maquinaria política la costeamos entre todos, un desembolso que, de saque, cada año, supone un importante gasto para las arcas públicas. Esto, para mí, es lo relevante que es, pero los propios políticos se han encargado de ponerlo en la picota y arrearse entre unos y otros las pertinentes puyas. Apechuguen ustedes ahora con ello, en particular para entender que en el juego político, no todo vale. Que ustedes menosprecien la valía que tiene su trabajo, que si aplicara criterios de eficiencia privada, se podrían medir y demostrar (o no), ya dice mucho de lo que hay en las moquetas de las dos cámaras nacionales. Y lo hacen con insistencia. Para cargar no sé qué balas y tampoco, en qué recámara. No basta con querer, y no basta con querer para antes de ayer, porque no tiene sentido si queremos ser un país, una comunidad autónoma, una ciudad o un pueblo solvente y con la vista puesta en el futuro. Se trata de pensar. No sólo en el bien de unas siglas, las que sean, sino en el bien de todos. Y eso es lo realmente complicado. El mensaje no ha podido ser más nefasto, a mi entender. Hace falta cambiar muchas cosas, pero sobre todo que esos asesores que les acompañen se dejen de castillos en el aire y los lleven un día al supermercado, o a repostar carburante. Que acompañen a un transportista en su odisea diaria. O a un maestro en un aula de educación especial. Sin foto, a ser posible. A todos nos iría mejor. Ya me entienden.