Begoña Ruiz

Reloj de arena

Begoña Ruiz


Dejados de la mano de Dios y de la ciencia

31/10/2020

Los norteamericanos, que tienen fama de listos y las más prestigiosas universidades en su suelo, nos amenazan con votar por segunda vez al presidente más tonto que han visto los libros de historia. 
 El grupo QAnon considera que Trump es el elegido para salvar al mundo del “Estado profundo”, una banda de rufianes que secuestra a niños, los mete en pasadizos y túneles, los somete a pedofilia, les extrae la sangre y las entrañas, y vende todo esto a los que buscan la eterna juventud. 
 Han vuelto los viejos mitos: Drácula, el carcamal que chupaba la sangre a las jovencitas; la condesa que se bañaba con sangre de adolescentes asesinadas; el hombre del saco y el sacamantecas… pero no se alarmen porque Donald Trump, que se considera inmune al virus, nos librará, incluso a los que no somos americanos, de todos estos siniestros personajes en épica batalla. 
Aunque parezca trama de comic con héroes, villanos y superpoderes, no lo es. Esta teoría está cuajando en EEUU y cada vez tiene más adeptos, porque el mundo tal como lo creíamos antes del Coronavirus se está desmoronando. La incertidumbre y el miedo a una muerte próxima han hecho que nos agarremos, cual náufragos, al primer disparate, con aspecto de salvavidas que cualquier loco nos lance. Los diversos partidos políticos se aprovecharán de nuestro pánico. El miedo infantiliza y nos hace demasiado vulnerables.
Nos tragamos las mentiras de China y EEUU, sin cuestionarlas, ya que se trata de grandes potencias, igual que en la leyenda del traje del emperador nadie osaba a decirle que iba desnudo.
El cuento chino empezó en Wuhan con érase una vez un murciélago y un pangolín, luego continuaron con el argumento de que habían muerto menos de cinco mil personas y ahora ya tenemos final feliz: ese país ha logrado erradicar por arte de birlibirloque la enfermedad que asola el planeta. Habría sido más honesto, por parte de la OMS y las autoridades asumir la ignorancia respecto al origen y desarrollo del virus que contar historietas, pues con eso han logrado una desconfianza temeraria ante las leyes, tanta que mucha gente niega el virus y se niega a ponerse mascarilla, con lo cual los contagios y muertes aumentan. 
Algunas leyes rozan el absurdo. Por ejemplo el toque de queda a las diez en Castilla y León. ¿Por qué a las diez precisamente? ¿Es que el virus es un vampiro que solo sale por la noche? ¿Es que tiene moraleja y solo va a contagiar a los ociosos y no a los trabajadores? ¿Es que ataca a una hora determinada dependiendo de si has nacido en Ávila o en Jaén? Todo es un misterio, lo único claro es que con estas medidas se da la puntilla a la hostelería y a eventos culturales. Estoy de acuerdo en que hay que tener empatía con los sanitarios, que están hasta arriba de trabajo, y aunque solo sea por ellos conviene cumplir las normas, pero nada se perdería por hacerlas comprensibles.  
Por otro lado, estamos perdiendo la fe en la ciencia. Se hacen trasplantes, se crean órganos, se eliminan enfermedades antes de que aparezcan y sin embargo, no saben cómo curar este virus. Es desconcertante.
 La ciencia a la que veneraban ateos, agnósticos y creyentes ya no nos da certezas, sino rumores, cotilleos, amuletos y remedios de curandero. Ojalá los científicos se den prisa en encontrar una vacuna, porque si no, entraremos en una crisis no solo sanitaria y económica sino también ideológica. Igual que Nietzsche con su frase “Dios ha muerto” nos advertía que ninguna religión conocida era creíble y puso en duda los valores cristianos; ahora, me temo que, estamos ante “la ciencia ha muerto” y caeremos en nihilismo doble. ¿Qué será de nosotros si estamos dejados de la mano de Dios y de la ciencia?  
Cuando falla el saber, cualquier desvarío es admitido, hasta que la solución al Covid-19 está encriptada en la canción de “Aserejé” de la que siempre se sospechó que ocultaba un mensaje satánico.
Tengo una buena noticia, como profeta no doy pie con bola, así que no se preocupen. Una vez me preguntó un alumno: “profe, ¿qué es el toque de queda?” y después de explicárselo añadí: “algo que tú y yo jamás conoceremos”. Y aquí estamos.