José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Con gran energía

28/10/2021

Mis más fieles recordarán dos columnas de hace unos años; en una disertaba sobre el cambio de hora, peculiar costumbre justificada en su momento por ahorrar energía —más valdría adoptar el huso horario que nos corresponde, el portugués, y no el del este de Polonia — y en otra sobre el Sol, con motivo del lanzamiento de la misión Solar Orbiter de la ESA, fuente última de casi toda la energía que usamos hoy por hoy en la Tierra.
Pero no vengo a reiterarles mis desvaríos, sino a traer algunos datos. Hace siete milenios, los cinco millones de habitantes de la Tierra vivían usando unas dos mil kilocalorías (kcal) al día, apenas el gasto basal de su cuerpo alimentado con lo que recolectaba o cazaba más alguna eventual fogata.
La población se mantuvo constante hasta que, unos dos mil años después, llegaron el sedentarismo, la agricultura, los metales y las viviendas; entonces se multiplicó por cinco en apenas mil años, así como también el consumo energético, doce mil kcal. Según se reforzaban las civilizaciones y el ser humano aprendió a escribir, a viajar y a pelear aumentamos nuestro número en el planeta hasta los casi setecientos millones a finales del siglo XVII, triplicando la huella calórica de apenas un par de milenios atrás. Y llegó la Revolución Industrial: un antes y un después. Gracias a las cien mil kcal/día la población del planeta se dobló en poco más de cien años y siguió en progresión geométrica hasta los casi ocho mil millones de «homo tecnologicus» de hoy —perdón a los latinistas—, usamos diariamente doscientas cincuenta mil kcal en un mundo de datos e información. Si medimos el éxito de una especie por su capacidad colonizadora no está mal: a cambio centuplicar el consumo de energía hemos multiplicado por más de mil la población.
Pero la energía, que nos garantiza el progreso —progresar, hemos progresado— empieza a ser difícil de conseguir en cantidades necesarias. Y ante eso solo caben tres alternativas: la maltusiana, reducir la población mundial —lo intentaron pestes, guerras y están trabajando duramente los restaurantes de comida rápida—; limitar el consumo —algunos aducen que derrochamos, puede que en el primer mundo, pero sin duda muchos otros miles de millones de personas aspiran a un modo de vida mejor y más costoso, la población mundial seguirá creciendo y no sabemos el impacto en el progreso global que pueda tener una reducción—; y por último, queda buscar nuevas formas de energía —la eólica o solar no parecen ser soluciones radicales; quizás hubiera que reconsiderar el uso de la nuclear—, algo que tendrá más incentivos cuanto peor sea el escenario por venir. Que vendrá. Austria se prepara para un simulacro en el que la población viva dos semanas sin luz y sin agua —por un ataque terrorista, pero el resultado es el mismo—. ¿Estaríamos nosotros preparados para algo así? ¿Aceptaríamos como especie una debacle o dar un paso atrás en nuestra carrera vital mientras recapitulamos sobre nuestro futuro energético?
Lo siento si me he puesto algo pesimista, debe de ser por mi enfado ante la estupidez de «Halloween» frente a nuestro Tenorio y Todos los Santos —otra de mis columnas recurrentes—. ¡Buen puente y no olviden apagar la luz!