Fernando Romera

El viento en la lumbre

Fernando Romera


La deconstrucción de Hollywood y Hugh Grant

15/03/2023

He visto hace algunos días la multi oscarizada Todo a la vez en todas partes. No me ha gustado mucho, si he de decir la verdad. Sí me gustó la de Spielberg, una historia narrativamente muy bien hilada y que sabe convertir lo cotidiano en cine, del de siempre. Hablo desde mi conocimiento literario y narrativo, no desde el cinematográfico, del que ando algo pez. No sé muy bien en qué se está convirtiendo Hollywood, dónde está desembocando el cine norteamericano, que tantas horas de alegría nos ha regalado en su historia. Tengo la impresión de que todo importa menos su objetivo principal, que es hacer películas. No es una cuestión de que la política invada el territorio de la cultura: eso es algo que ha pasado siempre y ni está bien ni está mal; sólo depende del cómo se haga. La época dorada del cine norteamericano está llena de comida política. Los western son grandes alegatos a la grandeza de la colonización protestante y calvinista frente a aquellos indios que, lejos de ser ignorantes, borrachos y salvajes y decir de mala manera el how inglés eran católicos y hablaban, en buena medida, español. Las películas de los años 40 son grandes monumentos a la libertad y a la lucha contra el nazismo. Y no entro en más detalles porque todo esto es sobradamente conocido. Yo crecí con Star Wars, con Los Goonies, con el cine de Spielberg y con las más antiguas que semana sí y semana también nos ponían en Sesión de Tarde y Sábado cine. Películas, para hoy en día, muy políticamente incorrectas, demasiado horneadas en un mundo rendido al arte y a la libertad artística. Lo de hoy es otra cosa. Y los Óscar no son sino su reflejo. Todo lo que puede tener un éxito mediático está dominado por el nuevo pensamiento llegado de ciertas universidades norteamericanas, volcadas en deconstruir historia, arte, política, gastronomía, educación y todo lo que se les ponga por delante. El cine se ha convertido en lo que fue el teatro para los ilustrados en el XVIII, el medio perfecto para intervenir en la educación popular. Tengo la impresión de que vivimos en mitad de un experimento literario, como los de aquellas utopías que siguieron a la de Tomás Moro y que pintaban mundos construidos sobre ideas peregrinas, en países ilusorios, como aquella Sinapia-Hispania preilustrada, un país feliz para el que se inventa una sociedad que se basa en no tener nada que ver con los mundos conocidos. En aquella época, las utopías eran literatura y ahí quedaban. A nadie se le ocurría que pudieran llevarse a efecto. La más parecido ocurrió en Francia y necesitó ríos de sangre que recorrían las calles, según cuenta Chateaubriand y de quien no tenemos por qué dudar. Pero aquí andamos, metidos en este experimento sociológico que quiere crear un mundo feliz a base de llevarse por delante lo que no encaje en la utopía particular de cuatro iluminados. Y las películas son sus libros de texto, claro. Yo espero que esto que escribo hoy me sea perdonado por la intelectualidad reinante; pero a uno le gusta ir al cine a divertirse, a que le saquen de lo cotidiano por la puerta grande que es la pantalla. Y que no le echen más comida de la que ya tiene en el día a día, aquí y allá. Para lo cotidiano ya tenemos lo cotidiano. Al cine y a la literatura también se va para estar en otro lado. Así que me quedo con la cara de Hugh Grant ante las superficialidades de una entrevistadora muy de la cuerda posmoderna. Grande el inglés.