Francisco I. Pérez de Pablo

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Francisco I. Pérez de Pablo


Ávila en su urna de cristal

26/04/2022

Los datos de despoblación han vuelto a poner a Ávila en el centro de un efecto tan humano como previsible. Casi un millar menos es la cifra que arroja el padrón provincial. Al margen de cuestiones técnicas, como la baja por fallecimientos, la inmigración interior dentro de la misma provincia o el hecho de que haya cambios de empadronamiento –motivos tributarios, sanitarios o educativos–, pero no formalmente de residencia, lo cierto es que la tendencia descendente lleva siendo negativa, si me lo permiten, desde la revuelta de los Comuneros hace 500 años.
El ámbito político cada vez que se conoce la cifra de población en esta Región y en esta provincia abulense siempre señalada se hacen proclamas de recuperación rural, de revisión de la situación, de encomiendas para invertir y revertir una realidad implacable (los pasados comicios regionales otras provincias, ya, perdieron Procuradores en Cortes por tener menos habitantes). Personalmente considero que, por el momento, la despoblación no tiene solución. 
Esa recuperación, también para una Capital necesitada de nuevos residentes, parece que cada vez va a menos – éxodo de gente joven y falta de dinamismo– y los inconvenientes, propiciados por terceros foráneos o por sibilinos intereses de los mal llamados agentes sociales, son muchos. Hace unos días se conocía la desautorización de una macro granja de cerdos de cebo (7200) en Espinosa de los Caballeros –100 hb.–. No parece que ninguno de los proyectos mineros, y no son pocos, que se han presentado tampoco vayan a fructificar bien por motivos medioambientales, políticos o de una orquestada repulsa ciudadana que suele surgir desde el exterior. 
Se argumenta la defensa de un territorio para no fructificar esos proyectos y otros anteriores que nunca vieron la luz. Un referéndum local dijo no a una cárcel en Cebreros hace lustros o cuando antaño se consideró que el feudo de Gredos no era lugar propicio para una estación de esquí. Tampoco fructificaron macroproyectos constructivos en Las Navas del Marqués u otras localidades.  Ávila ha sido agrícola y ganadera y tiene recursos primarios y salvo alguna localidad que como Arévalo ha sabido tener un hueco industrial con la llegada de más empresas que nadie cuestiona, sino admira, el resto de la provincia, incluida una Capital apartada comunicativamente, no tienen una solución viable para combatir la despoblación. El sector servicios, centrado en turismo y gastronomía, es a lo sumo parcial o estacional y no permite invertir la tendencia despoblacional. 
 Ávila está metida en una urna de cristal que nadie se atreve a romper, pues siempre se juega con lo políticamente correcto y esto es mala carta de presentación para inversores, que suelen salir huyendo. En ocasiones lo incorrecto es lo necesario. No lo ilegal, pero tampoco interpretaciones legales retorcidas. Dejar que esta provincia pierda población y se deje como un campamento primitivo que solo sirve para deleite de quienes los fines de semana o en vacaciones pasan unos días en esta gran aldea del centro peninsular, que no cuenta ni con druida, ni con pócimas mágicas –como la ficticia de Asterix y Obelix–, no parece casual, sino más bien estratégico.
Ávila tiene una protección especial que, debiendo ser fundamento para su prosperidad, lo es de su ruina. Se podría tener solución en esto de la despoblación, pero para ello la mentalidad y las cosas se han de hacer, desde ya, de manera diferente a como se han venido haciendo hasta ahora.