David Ferrer

Club Diógenes

David Ferrer


De entonces

06/04/2022

Sé que hay quien la detesta: las calles cortadas, los sonidos en la noche, las aglomeraciones, los imágenes neobarrocas. Pero si no existiera habría que inventarla. Los calendarios son fríos y se suceden los días, las semanas y los meses sin mayor novedad que las tragedias que nos llegan destiladas por los telediarios o las redes. Y de repente hay algo que no es virtual sino que pertenece a la memoria oculta de la infancia, los recuerdos y las emociones primarias. Algo así como una navidad en primavera. A nadie se le obliga a contemplarlo ni a recoger bolas de cera o a observar con esa mirada cautivada y medrosa de los niños el lento transcurrir acompasado de los penitentes, los capuchones, los capillitas o los nazarenos. Tampoco es obligatorio creer en lo que representa ni siquiera saber interpretarlo. Aunque saberlo y estudiarlo, como una parte más de la cultura, no es pernicioso. 
Uno recuerda las semanas santas abulenses de la infancia. Modestísimas, con un discurrir rápido que te permitía ver la misma procesión hasta tres veces. A veces los desfiles procesionales, como se los llama ahora, tenían que sortear las filas de coches mal aparcados pero tú te fijabas en los pobres encapuchados que arrastraban por esas calles lastimosamente parcheadas unos carromatos de ruedas con dos o tres centenares a lo sumo de capuchones a los lados. Y como quien se hacía del Madrid o del atlético, aquí cada infante tenía sus preferencias. A saber, la Vera Cruz, las Batallas o el Santo Entierro. La Semana Santa era una pausa generosa en la monotonía a pesar de ser en sí una tradición que se asienta en la repetición y es intencionadamente monótona. Quién sabe si el espíritu a veces necesita anclajes, maneras de llegar a una trascendencia que en los tiempos contemporáneos no se sabe donde para. Supongo que algo distinto o, como poco, más intensas y jacarandosas serían estas vivencias para un niño de Sevilla, de Murcia o de Málaga.
Ahora ha pasado mucho tiempo. La Semana Santa de Ávila ha ganado reconocimientos y tal vez, tras este parón de la pandemia, pueda recoger lentamente algunos de esos frutos. Muchas de las imágenes, los recorridos o los sones son los mismos. Hay algunas cofradías nuevas, que tratan de acomodarse o distanciarse en fechas o estilos a lo que ya había. Pero cierto es que se observan últimamente unas ganas de celebrar, de mostrar o, como dicen los expertos ahora, de internacionalizar. No sé si eso es bueno para la tradición en sí aunque no discuto que sea excelente para la ciudad y para quienes viven del turismo. Bienvenido sea todo aquel que quiera verlo. Para los demás esta tradición será, como dije antes, el pequeño anclaje que te conecta con el pasado de la ciudad y con tu infancia. Y las cosas del pasado no son mejores ni peores, sino simplemente muy distintas.