Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


Y ahora la gripe

19/10/2021

Ya la habíamos olvidado. Décadas pegada, abigarrada a nosotros. Desafiante pero sin que le tuviésemos miedo o reparo alguno. No contaban. No existía aparentemente temor alguno. Y sin embargo se cobraba al año más de seis mil vidas. Tuvo que llegar este virus para que, de pronto, cuál zarpazo indolente, ni siquiera nos acordásemos de ella. Que todo se relativizase respecto a ella. Qué era una gripo normal o común, incluso nos permitíamos adjetivarla de modo tan insonoramente despreciable, comparado con el covid-19. Qué ensañamiento, qué brutalidad tan inhumana en vidas y hospitalizaciones. Todo hizo aún más pequeña a la gripe, a los catarros cotidianos ante el tsunami emocional, físico y luctuoso que ha traído y aún trae esta otra.
Y hoy la noticia vuelve a ser la gripe. Que empiezan las vacunaciones. Que hay ya muchos catarros justo al tiempo que la gente ya se quita las mascarillas. Acabo de subir los Champs Elysées, es una mañana calurosa de un sábado de otoño y me dirijo al metro de Charles Degaulle L´Etoile camino de Nanterre donde imparto un seminario de dos semanas. No me encuentro apenas a alguien con mascarilla. Hay una baraúnda increíble en un sábado de luz y paz parisino y parece que todos hemos olvidado. Yo llevo una que se lee Galicia y el símbolo del xacobeo. Me miran como si yo tuviese miedo o no respetase, o creo que así parece que lo hacen, a los demás. Ellos viven como si nunca hubiera existido esta demoledora peste del siglo XXI. La primera de la que quizás vengan otras. Nadie lo sabe, pero muchos lo intuyen. Qué hemos aprendido y cuánto o qué rápido hemos olvidado son preguntas que deberíamos todos hacernos. Y hacerlo cuanto antes. Porque somos amnésicos al sufrimiento o quizá, mejor, al recuerdo de ese sufrimiento. Son muchos, miles y miles que han perdido la vida en cada país. Nadie se atreve a ofrecer siquiera una cifra objetiva y cierta y todos desconfiamos de las cifras que se barajan porque se quedan, presumiblemente, muy cortas al compararlas con los ratios o índices de morbibilidad año a año. Pero queremos o preferimos no saber, no querer saber, mirar hacia otro lado, el mismo que nos acompaña en la soledad rabiosa de nuestra indiferencia procaz.
Sí, vuelve esa vieja compañera de otoño e invierno que a veces como la marmota se retrasa al inicio de la primavera. La gripe. No sabemos qué conjunción hará o no con el coronavirus, y con las vacunas, y las dosis de unas y de otras, más la tercera de covid que pronto tendremos todos. Simplemente, no queremos saber ni preguntar, ni sospechar, ni criticar, incluso la vemos como un mal excesivamente menor. Tal vez, tiene que ser, sencillamente así. Porque está claro que nos adaptamos, asumimos, aceptamos, compramos cualquier dosis de realismo, de mentira, de verdad, de manipulación sin ni siquiera preguntarnos si debemos hacerlo o si obramos en cambio bien o éticamente.
Quién diría acaso que, por algunos momentos, te estuvimos señora gripe, aun con tu dosis de veneno y muerte añorando habida cuenta el infierno que se nos cernía sin saberlo en marzo de 2020 y la enorme irresponsabilidad que aún vemos en muchos. Y eres noticia sin tú saberlo, sin tú pretenderlo sencillamente. Porque en el fondo, es un sinónimo de normalidad. Y volverán los besos, los abrazos, los apretones de manos y todo lo de antes, simplemente, volverá porque es sinónimo también de olvidar.