Ester Bueno

Las múltiples imágenes

Ester Bueno


Gredos

12/03/2022

Andar por Gredos es salir a un espacio abierto donde el tiempo no tiene nada que decir, porque la sensación es de infinito. Gredos no es un concepto, es algo más que lo medible o lo cuantificable, es el hogar.
Entre mar y montaña cómo no elegir donde se nace, porque parece que la genética te empuja a las cumbres nevadas, y ante la adversidad a buscar los espacios infinitos de frío y de verdor, con tantos matices que te abandonarías y querrías estar allí para siempre acogido y mecido.
Las atalayas, los pinos milenarios, el camino no escrito entre los bosques, los arrullos de aves y la sensación plácida de las adormideras. Nada en este lugar es algo baladí, todo forma parte de una inmortalidad indescifrable.
En alguna parte del imaginario colectivo hay paisajes que nunca se pueden olvidar.  Donde los trasgos y las brujas celebran que despertó la primavera o donde hibernan derrotados los helechos hasta próximas lluvias. Y cada vez que contamos un cuento a nuestros hijos aparecen suavemente para guiar la voz y convertir relatos sencillos en grandes aventuras, en las que se abrazan los titanes, con rocas cinceladas a hachazos por las tormentas y las avenidas de agua destilada de  cumbres  y regatos.
Gredos es todo eso y es sonada y mantas amarillas en esa tardía primavera que pasa en pocos sitios, y es olor a las jaras y piornos que se convierten en atracción turística cuando sirvieron antes para trazar escobas y cercar animales y tapar los tejados de los chozos. Evolución y cambio pero la permanencia es plenamente incontestable. 
De los viajes de niña a los de ahora lo único que cambia es quizás alguna carretera renovada, alguna casa con demasiado color en el tejado construida para impresionar al visitante o algún moderno hotel que rompe la dinamica de la piedra granítica que predomina fiera en cada pueblo.
Aún las vacas negras pastan casi sin pasto entre las rocas y danzan sus cuernos entre desfiladeros hechos a ras de monte y de paso perenne.
Lo vacío es también bello en su simpleza. No hay flores más allá, en las alturas, solo rasguños de hierbas hechas lino del viejo, rasposo y encostrado. Pero existen milagros, en cualquiera de las pequeñas avenidas de agua que corren displicentes cuesta abajo se detienen en charcos paradas por coruja o maruja como quieras llamarlo.
Esos descubrimientos, leves, sin ninguna importancia ni material, ni física y que nadie discute, son los que hacen de Gredos algo más que lo puesto en los mapas o en las enciclopedias, o en las definiciones de espacios naturales protegidos. Y la pregunta es ¿qué pervive por siempre en la parte interior de lo que no contamos al pasar de los tiempos, estaciones y años? Sobrevive el detalle y esa sensación que te lleva a tu casa solo con una racha de aire fuerte que trae rumores de lo que no vendrá o lo que viene por inevitable.
Hay escritos, tratados eruditos de lo que Gredos es, de lo que esconde, de qué se puede ver en recorridos ya determinados, de dónde reponerse y solazarse con una puesta de sol a contraluz o mirar las estrellas en esas noches de oscuridad pizarra, negra y solo punteada por los astros.
Pero también mi Gredos se describe y se ama con violetas primeras, con pétalos de rosa en los jardines de cada casita aventada al sur por la solana.

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