Julia Pindado es una persona con determinación, de convicciones, con las ideas claras a pesar de su juventud y con un sentimiento de pertenencia a sus orígenes muy arraigado. No se cierra puertas, explora todos los ámbitos relacionados con su profesión, la arquitectura, dedicando, además, de forma altruista, parte de su tiempo a algo que le apasiona, la arquitectura patrimonial y su conservación. Tiene los ojos de su abuelo Miguel y la sonrisa franca de su madre, también la sociabilidad de su gran familia paterna, de la que presume, y donde se siente arropada y siempre   acompañada: «nunca me encuentro sola, siempre está alguno de mis primos cerca, para salir, para escuchar, para hacer algún plan». Además del paisaje de la ciudad, forma parte integrante y activa de Piedrahíta, la Villa donde están sus raíces y cuyas calles y rincones le son imprescindibles. «Mis fines de semana, mis vacaciones, mis veranos, están relacionados con Piedrahíta, desde siempre», nos cuenta.  «Me encanta tener un pueblo, es un privilegio poder acudir a un lugar así, en la naturaleza, donde volver y perderte cuando la vida te satura con su rapidez y sus exigencias, y también para encontrar esa autenticidad que se pierde a veces en la vida de una ciudad más grande».  Estudió en Las Nieves y en la Milagrosa en sus años de colegio e instituto, después se trasladaría a Valladolid para iniciar sus estudios superiores. «Me fui a Valladolid porque tenía claro que prefería una ciudad más accesible, más manejable, con la sensación de un estilo de vida cercano al de Ávila y no tanto el de una gran urbe como Madrid».

¿En qué lugares te has formado?

En Valladolid, después en Valencia y también estuve con una beca Erasmus en Cracovia. Una experiencia única porque desde allí tuve la oportunidad de recorrer muchos países europeos. 

Esto me sirvió, no solo como experiencia vital, sino también dentro de mi ámbito de estudios. 

Pude ver los contrastes de los distintos países en su forma de vida, así como en el planteamiento arquitectónico de sus ciudades y sus pueblos. Estar en lugares tan dispares como Noruega, Letonia, Lituania, Polonia, Finlandia o Alemania, me aportó vivencias extraordinarias en lo personal, y en lo profesional me dio la oportunidad de explorar la arquitectura de los diferentes países, que marca también el carácter y la forma de relacionarse de la gente. Y no hablo solo de la arquitectura civil, sino también de la religiosa, muy interesante y determinante en la cultura de los países y de las ciudades. Aparte de estudiar arquitectura, he cursado en Granada un Máster en Educación para diversificar mi formación, porque me interesa mucho el mundo de la docencia, sobre todo el de la universitaria.

¿Siempre quisiste ser arquitecta?

Sí, siempre lo he tenido clarísimo. Creo que desde que mi tío Ricardo hizo la casa de mi familia en Piedrahíta. Yo era pequeña y los acompañaba a él y a mi padre a elegir los materiales, a ver azulejos, siguiendo un poco todo el proceso, y me encantaba. 

¿Qué es lo que más te motiva de tu profesión?

Lo que más me apasiona es la relación entre personas y edificios, la importancia de la arquitectura para la calidad de vida de la gente. No es algo meramente material, sino social. La arquitectura es algo íntimamente ligado a las personas que vivirán en los edificios que proyectamos, y el objetivo es la comodidad y la calidad de vida. También en proyectos para colectivos se piensa en la gente: un polideportivo, un centro cívico, una biblioteca, siempre todo está al servicio de los que van a hacer uso de ello. Es una profesión muy pegada a la vida cotidiana y necesaria para el avance de la sociedad. Me emociona, y es mi debilidad, la arquitectura patrimonial, todo lo que esté relacionado con el patrimonio y su conservación, sobre esta área realicé mi trabajo de fin de grado y también el trabajo de fin de máster, que versó sobre la Alcazaba de Guadix.

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