Pablo Casillas

El Corrillo

Pablo Casillas


Sociedad desencantada

15/02/2022

No es el único calificativo que se puede utilizar, también existen otros como desilusionada, cabreada, indignada, etc, pero he querido titular éste artículo de esta forma porque, entiendo, viene a resumir de alguna manera todos y cada uno de los calificativos que se oyen de forma constante entre la gente.
Desde la modesta atalaya que representa la ciudad de Avila en comparación con todo el territorio nacional, pero con la ventaja de que los tiempos se viven de forma diferente, con más serenidad y por lo tanto reflexión, unido también al hecho de que en Avila «nos conocemos todos» y, por qué no, teniendo en consideración el conocimiento que proporciona la edad y la propia experiencia, veo con gran preocupación el desencanto que ha anidado en nuestro País.
Es muy triste y doloroso tener que aceptar el hecho incontestable de que la gran culpa, por no decir toda la culpa, de ese desencanto se debe a la forma de hacer política y de gestionar –o mejor dicho, no gestionar–, que tienen determinados políticos que, curiosamente, suelen inclinarse hacia la izquierda.
Ninguna persona y por ende ningún Pueblo, pueden prosperar desde el desencanto, sin ilusión por el futuro. Tampoco si no tienen confianza alguna en quienes les gobiernan, máxime cuando les mienten constantemente. La incertidumbre, la inseguridad, son, igualmente, cánceres incurables.
Miren, creo tener edad y méritos suficientes –perdón por la inmodestia, pero llevo desde mi infancia currando- para poder pensar en jubilarme, pero me veo en la obligación de seguir aportando un «granito de arena» a la sociedad, hasta que Dios quiera, la verdad.
Como yo, hay miles, cientos de miles, de personas que podrían seguir aportando mucho, sobre todo conocimiento y experiencia. No podemos correr un maratón de golpe, pero en etapas sí llegamos, y en el camino vamos dejando enseñanzas, muy útiles y necesarias.
Y, sin embargo, han arrojado la toalla, porque no solo no se ven reconocidos y recompensados, sino que son atacados y lesionados sus derechos e intereses.
Médicos, enfermeros, maestros, ingenieros, funcionarios, empleados, pequeños empresarios y comerciantes, etc, etc, –utilizo el genérico por claras razones de entendimiento–,se están marchando cuando aún podrían seguir aportando a la sociedad. Se jubilan porque no se les reconoce y porque, además, tienen motivos fundados que les ha llevado a la conclusión de que no solo no les compensa seguir trabajando, sino que les perjudica, precisamente por la incertidumbre, inseguridad  y nefasta gestión de determinados gobernantes, más preocupados de su ombligo que de lo Público.
En un goteo que en realidad es una cascada imparable, se oye constantemente en la calle lo siguiente: me jubilo, –en muchas ocasiones incluso perdiendo derechos presentes y futuros–, dicen, porque mi trabajo se ha hecho insoportable, me agreden y faltan al respeto –ello es muy habitual en maestros y sanitarios–; porque si no me jubilo ahora puede ser que cuando lo haga vaya a percibir menos; porque me fríen a impuestos y los políticos se lo gastan en tonterías y en hacer propaganda. Etc. Etc. Puro y real desencanto. Ojo, que esas personas tienen pleno y absoluto Derecho y es comprensible su decisión, pero no me cabe la menor duda de que «otro gallo cantaría» si la situación fuera otra. 
Pero no solamente las personas que alcanzan la edad de jubilación están desencantadas.
También, y es lo más grave y preocupante, se encuentran desencantados nuestros jóvenes, que se ven inevitablemente afectados por todo lo que les rodea y por el mensaje dañino, mortal como ciudadano, que les ha traído ésta izquierda que les dice que no se preocupen, que van a tener una «renta de ciudadanía», que no es sino la paja que se le da al burro.
Díganme, de verdad, cuántos de nuestros jóvenes tienen ilusión, esperanza, ganas de vivir de verdad, como ciudadanos plenos y libres, de formar una familia y traer hijos a éste mundo, tan necesitados como estamos de que crezca la natalidad. Pocos, muy pocos, que diría el tío de mi amigo Antonio.
Pero lo mismo sucede en la edad digamos «intermedia», esa que se pone al mundo por montera, porque tiene fuerza suficiente y ya ha adquirido formación y experiencia, la de los 35-55 años, por citar. 
Acudes a las Oficinas Públicas –y otro tanto sucede en las Empresas– y ves y oyes con desolación cómo están pensando en cambiarse de su puesto porque no se les considera; cómo hacen mucho menos de lo que deben y, por supuesto, pueden, porque quien manda y dirige es un político –o alguien colocado a dedo por éste–, que  no tienen ningún mérito y tampoco, por consiguiente, sabe gestionar y mandar.
Solamente aquellos que tienen moral y ánimo a prueba de bombas –y de politiquillos–, tiran para adelante, pero con la plena seguridad, que les reporta su inteligencia y experiencia, de que no las tienen todas consigo y que quizás, y por desgracia, mañana mismo no tengan más remedio que seguir el mismo camino que otros muchos. Ahora bien, mientras no les «venzan» ellos van a dar la batalla.  
Y son precisamente esas personas valientes, entre los que se encuentran los políticos y funcionarios técnicos con convicción liberal, que los hay, y muy válidos, los que pueden revertir el desencanto, dar confianza y seguridad a los ciudadanos, porque sin unos fines, sin ilusión, el individuo se abandona y la sociedad se destruye. Tenemos claros ejemplos de lo que digo en muchos países.
El esfuerzo es de arriba abajo y viceversa, de los Gobiernos a los Ciudadanos, y al revés, pero hay que comenzar por los Gobiernos.