José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Un cuento contado por un idiota

25/02/2022

En 2006 Rajoy soltó un «¡Joder, qué tropa!» ante la trifulca entre Aguirre y Ruiz Gallardón. La frase era del conde de Romanones, don Álvaro de Figueroa, genio y figura. Y otro Figueroa, Federico Trillo-Figueroa, que tuvo también un desliz a micrófono abierto muy al hilo de la actualidad en la presidencia del Congreso —«¡Manda huevos!»— publicó en 1999 su tesis doctoral, «El poder político en los dramas de Shakespeare»; tengo el libro en casa, 3700 pesetas me costó. Como estoy vago, tiraré del bardo de Stratford-upon-Avon para analizar este vodevil que vivimos.
Teo querría haberle dado a Pablo la noticia: «La reina, mi señor, ha muerto». Pero la suerte no está en las estrellas, sino en nosotros mismos, y conviene considerar al enemigo más poderoso de lo que realmente es. En la Puerta del Sol se escuchó un «¡Devastación!» y se soltaron los perros de la guerra. Casado se dio cuenta entonces de que los cobardes mueren varias veces, pero los valientes solo una, y confió, cual Enrique V, en conseguir el favor de los suyos en una Junta Directiva: «… nunca pasará san Albino —san Crispín es en octubre— sin que desde hoy hasta el final de la legislatura seamos recordados. Nosotros pocos, felizmente pocos, nosotros, panda de hermanos; porque el que hoy derrame su sangre democratacristiana conmigo será mi hermano, incluso si es Ángel Casero; este día le devolverá su nobleza, y los peperos que se han quedado callados en casa se acusarán de no estar aquí, y tendrán por poca su categoría política cuando alguien cuente que estuvo en la Junta Directiva el día de san Albino». Pero estamos hechos de la materia de la que se hacen los sueños, y el tercer día llega con su helada mortal. «Adiós, adiós a toda mi grandeza», suspira. «Puede que mis glorias y mi estado depongáis, pero no mis penas; todavía soy rey de ellas».
Mal hará «Marco Antonio» Feijóo, gallego él, si no aprovecha esta guerra el martes que viene: «Amigos, compañeros, españoles, prestadme atención; vengo a enterrar a Ayuso, no a alabarla. La maldad en política nos sobrevive, lo bueno se entierra con nuestros huesos; y así es con Isabel. El noble Casado os ha dicho que era ambiciosa y, si así fuera, era un grave pecado por el que gravemente ha respondido. Pero yo hoy, aquí, con el permiso de Casado y el resto del Comité —porque Casado es un hombre honorable, todos ellos son honorables— vengo a hablar en el funeral de Díaz Ayuso. Ella era mi amiga, era fiel y justa. Pero Casado decía que era ambiciosa, y Casado es un hombre honorable. Ella trajo cañas y restaurantes en la pandemia, dio libertad y bajó los impuestos, ¿acaso en esto parecía ambiciosa? Cuando lloraban los liberales, ella gemía. La ambición debiera de estar hecha de un material más duro. Pero Casado decía que era ambiciosa, y Casado es un hombre honorable…». Y a todo esto, se escucha una voz, que recuerda a la de la auténtica protagonista de esta obra, musitar entre bambalinas: «Ser o no ser, he ahí el dilema. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los disparos de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades y, con atrevida resistencia, darle fin?».
El mundo es un teatro, y los políticos tan solo meros actores.