Sara Escudero

Desde la muralla

Sara Escudero


... Que lo injusto no me sea indiferente

05/02/2022

La semana pasada amanecimos sin Filomena en España, con bastante fresco en Francia y vientos huracanados en Polonia. Además del parte meteorológico, leímos la fría y congeladora noticia de que el fotógrafo René Friburgo, había fallecido en condiciones que, por lo menos a mí, me dejaron helada. Suizo de nacimiento, español de sentimiento, francés de fallecimiento.
Colaborador de nuestro prestigioso Instituto Cervantes, amante del arte flamenco y de nuestra cultura española. En su objetivo fotográfico grandes talentos como Paco de Lucía, Camarón de la Isla, Sara Baras o Estrella Morente. Danza, cante o guitarra con ruido de flash de fondo, para acercar al mundo la sensibilidad del arte, la elegancia, el dolor profundo, la expresión y la emoción, a toque de cliché. Llamado el fotógrafo del flamenco, poco o nada conocíamos de él, hasta su inesperada muerte en una popular calle de París. Tras sufrir una caída y quedar inconsciente. Nueve horas de calvario bastaron para morir agonizando en el frío y congelador suelo de la indiferencia.
SIN techo, SIN trabajo, SIN dinero, pero CON gran humanidad, aquél que intentó levantarlo. Quien sintió que él podía estar en ese mismo lugar, pasando inadvertido, como cada vez que alguien camina a su lado, ni tan si quiera mirarle (ya de moneda ni hablamos), ni le dedica una cálida sonrisa, que aclimaten esas noches de triste invierno.¿Cuántos hay cada noche que mueren sin que nadie reclame un aliento más de futuro?
El mundo está lleno de casualidades y hoy, escribiendo desde tierras parisinas, no puedo dejar de pensar en esa calle, en ese yacer sin compasión, en esta pandemia de la indiferencia a la que estamos sometidos, con notas de esclavitud. Quizá, en el futuro, sea llamado el Holocausto del siglo XXI, la catástrofe de nuestros tiempos.
Otra madrugada de enero, remontándonos a hace setenta y siete años, el mundo se hacía eco de otra indiferencia. La solución final en terminología de Nazi, el genocidio de la segunda guerra mundial, el asesinato de más de seis millones de personas, son el balance fatídico de la otra indiferencia ocurrida en Auschwitz y sus cuarenta y cinco campos satélites alrededor de un complejo destinado a la muerte. Con el paso del tiempo, se fue deteniendo poco a poco el ritmo de la llegada de nuevos trenes, cargados de vidas sin destino, de corazones rotos, de terrores encontrados. Pensar en el final de la guerra era también pensar en la destrucción de todo lo que rodeaba a los campos y el asesinato de todos los que quedaban con un hilo de vida agarrados aún a la cuerda floja de la supervivencia. Pocos salieron de allí con respiración, porque lo que es con vida, ninguno pudo poner fácilmente un punto y aparte a una historia tan atroz. Resistir a la brutalidad es una cosa. Sobrevivir a las consecuencias, es otra muy diferente. 
«El trabajo libera» era el lema que colgaba a la entrada del campo, desde el fatídico 20 de mayo de 1940 hasta el 27 de enero de 1945, con la liberación del último campo donde quedaba aún alguien por rescatar entre la miseria. El trabajo libera, pero la muerte te esclaviza 
Pocos años después y en medio de los juicios contra los oficiales de las SS Nazis, murió Mahatma Gandhi. Otra mañana fría de enero, el 30 de 1948, intentando defender en la India, que se puede luchar por ideales sin recurrir a la violencia, porque dicho en sus propias palabras «ojo por ojo y el mundo acabará ciego».
Quizá esa misma ceguera que nos obliga a ir caminando sin mirar, sin sentir, sin pensar. Esa misma tragedia que nos encierra en nosotros mismos sin pensar en el camino que debemos recorrer juntos. «No hay camino hacia la paz, la paz es el camino». No hay camino hacia la paz con indiferencia, la diferencia hará que tengamos nuevas rutas de paz.
El aplanamiento emocional en el que nos encontramos, la escucha totalmente sesgada y selectiva, la falta de expresividad nos lleva a la indiferencia. El desdén, la insensibilidad lenta y agónica, esa actitud de frialdad que más que dejar helados, mata por dentro.  Gran canción de Mercedes Sosa, que recordamos en el maravilloso dúo de Antonio Flores y Ana Belén, pidiendo a gritos: «Que lo injusto no me sea indiferente. Que la reseca muerte no me encuentre, vacía y sola sin haber hecho lo suficiente.»
No quiero más niños de pijamas de rayas, quiero más colores, más tú y más yo. Más nosotros. Más respeto (con o sin pandemia), sin olvidar que vivimos en el mismo mundo y que en otra ocasión, puedo ser yo quien yace en una calle, mientras el mundo respira indiferencia.