Pablo Garcinuño García

Vísperas de nada

Pablo Garcinuño García


Miedo a las barandillas

06/02/2022

No pronuncies su nombre. Acuéstate en la cama porque en ti hay enfermedad y herida. Duerme hasta que las ciudades queden asoladas, sin habitantes, y las casas sin moradores, y la tierra de labor hecha desierto. Descansa porque hay algo reconfortante en infectarse. Por fin ha llegado a casa. Por fin. Eso duerme ahora con vosotros, forma parte de tu familia. No digas como se llama si no quieres, pero sé consciente de lo que ocurre. Acepta que ya está aquí. Resígnate.
Y tu hija. Y tu mujer. Y tu padre. Y tu hermana. Y algún día todos. Y ahora mismo tú. Infecto de arriba abajo. Tú, que hacías enormes esfuerzos para... ¿para qué, idiota? si en el fondo querías que te encontrara. Medir tus fuerzas con el virus, hacer balance, recalcular daños. Tú decías... En realidad no decías nada porque eres así de panoli. Tú te decías por dentro, muy por dentro, que no se puede huir eternamente de lo que no se ve y está por todas partes. Que no es decente tener miedo a una barandilla, a un ascensor, a los zapatos de M. Que no y que no.
Pues ha sonado la hora. ¿La hora de qué? Anda, leches. La hora de... esto. Como no quieres decir su nombre queda todo así como misterioso. Lo que pasa es que la palabra es muy escandalosa. Mejor no la digas. Estate tranquilo, hombre. Resígnate. Malo será que te agarre fuerte, aunque podría ser, claro. Es como echar la Primitiva. ¡Una Bonoloto dentro de tu pulmón! Ya sabes, qué te voy a contar, que no sueles andar sobrado de suerte. O sí, depende de con quién te compares. El caso es que hemos venido a jugar. Sí, sí. Tú te acuestas en la cama y esperas. Lee un poco. Reza algo. Ya iremos viendo. ¿Te acuerdas de la gripe del 18?
Dice Pessoa. ¡Hombre, hoy toca citar a Pessoa! Sí, mira, tanto Borges ya cansa. Dice Pessoa: «Dar a cada emoción una personalidad, a cada estado de alma un alma». Es lo que le pasa a M. o, mejor dicho, lo que no le pasa. A M. le sucede, bueno, a M. y supones que al resto de los niños del mundo; a M. le ocurre que como no sabe decir lo que siente se frustra. Joder con las palabras, ¿no? Hasta ese punto llegan. Tú puedes estar jodido, bien jodido, que estarás más jodido aún si no sabes contártelo. Es algo de locos. Fíjate cómo será la cosa que hay libros de emociones para niños. Como un catálogo de ropa interior, pero con sentimientos. Lo abren y de repente entienden que lo que les ocurre es lo mismo que lo de la página 11. ¿Y entonces se quedan tranquilos? No, no funciona así.
Tú ahora estás igual que M. Estás jodido porque no sabes contarte lo que te está pasando. Y así vas mal. No hay catálogos de sentimientos para gente tan mayorcita; sería un libro demasiado sórdido. Lo que puedes hacer es levantarte y decírtelo al espejo. Te incorporas, te peinas un poco así, con las manos mismamente (no hay por qué ponerse guapo para alguien como yo), y te cuentas que estás cagado de miedo porque tu mujer, y lo que hay dentro de tu mujer, y tu hija, y quizás la gata y la lámpara del salón están infectos; lo mismito que tú. Y luego te añades que quizás en el fondo, joder en el fondo, muy fondo, tenías ganas de que esto pasara ya. No, no es eso exactamente. Sí, en el fondo sí. ¿Cuánto llevas huyendo? Casi dos años. Es mucho tiempo ya. Parar un poco, dejar que te pillen, descansar un rato. Habitar en lo reconfortante de la fiebre por un tiempo. Pero no es exactamente eso lo que quiero decir.