José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Algunas precisiones

21/01/2022

Me asombra la capacidad de los deportistas de élite para hacer parecer fácil lo imposible. Golpear una bola que te sirven a 200 km/h y, con un golpe de revés, clavarla sobre la raya en la esquina contraria a donde se va a desplazar tu rival —mirando en qué pie se apoya— parece magia, pero es el fruto de décadas de entrenamiento y de millones de pelotas, además, quizás, de unas aptitudes fuera de lo común.
Novak Djokovic seguro que tiene memorizadas con toda precisión las medidas de una pista de tenis, esculpidas en su cerebro tras tantos años colocando bolas al límite de sus líneas. No creo que el «forzado» descanso de las canchas australianas le haga olvidar los casi 200 metros cuadrados —23,77 por 8,23—, que no son pocos. Ni muchos, pero sí muchísimos si son los de un enorme parasol colocado a millón y medio de kilómetros de la Tierra para proteger el mayor telescopio que se haya puesto en el espacio.
El día de Navidad, desde Kourou, Guayana Francesa, se lanzó el Telescopio Espacial James Webb —Webb o JWST—, nombrado, no sin polémicas, en honor del administrador de la NASA en tiempos de los programas Apollo. La ESA colabora en él con el cohete y varios instrumentos, así como en las operaciones científicas. El satélite es un prodigio de la ingeniería, la máxima expresión de a dónde ha llegado la capacidad técnica del ser humano, aunque como en tantos otros proyectos complejos no haya sido muy precisa la estimación de costes —el doble— o el tiempo de desarrollo —siete años de retraso—. 
Pero no se equivoquen, si hay una palabra que caracteriza a este logro es «precisión». La que tuvo el lanzador europeo Ariane 5 al empujarlo hacia su destino a un millón y medio de kilómetros, a donde viaja cada vez más lentamente. Sí, he dicho bien, a su órbita final tiene que caer con cuidado, para no pasarse —imagínenselo como una depresión en una cama elástica a la que hacer rodar una bolita que se quede dando vueltas—. Esta exactitud garantiza a la misión muchos años más de lo esperado. Pero antes, la admirable precisión en el diseño, para poder construir el mayor telescopio posible y plegarlo en el reducido espacio de la cofia de un cohete. Ni IKEA hubiese embalado algo con tanta perfección. Y claro, luego el montaje; ahí nos ha llegado la sinfonía de precisiones en los despliegues automáticos a los que hemos asistido, desde las cinco capas paralelas de aislante térmico, con esos citados 200 metros cuadrados de tamaño, pasando por otros muchos mecanismos, hasta llegar al del espejo principal de 6,5 metros de diámetro formado por 18 hexágonos independientes y su secundario, separado por un trípode. Estas semanas la precisión radica en mover cada uno de los espejos, ajustándolos nanómetro a nanómetro, para garantizar tener no solo el telescopio más grande, sino el mejor enfocado y preciso, que nos regalará décadas de descubrimientos que cambiarán la vida en la Tierra.
Todo parece un milagro, como de película, pero solo es el resultado de haber golpeado millones de pelotas durante años, explorando los límites de la pista de juego de la ciencia, teniendo plena confianza en ella. Que es la precisión que quizás le falta al gran tenista serbio, ahora que lo pienso.