Personajes con historia - Adosinda

Nieta y guardiana del linaje de don Pelayo


Antonio Pérez Henares - 14/03/2022

Don Pelayo, el rey de los astures, el caudillo que consiguió derrotar por vez primera a los musulmanes en España y expulsarlos al otro lado de las montañas cantábricas, las murallas de Dios, que les llama la novelista Isabel San Sebastián, tuvo un hijo, Favila, que le sucedió en el trono y una hija Emersinda, que a la postre sería quien le daría continuidad, al morir el varón por el ataque de un oso, tan solo dos años después de ceñir la corona pues dos hijos de este, cuyo nombre ni nos ha llegado siquiera, no tuvieron relevancia alguna después y se desconoce que pudo ser de ellos.

La capital astur, en Cangas de Onís no se había alejado sino mantenido en el corazón de su refugio, el Auseba, donde se abría la cueva mítica de Covadonga. A Favila aún le dio tiempo de levantar allí una iglesia, la de la Santa Cruz, que albergó la de madera con la que Pelayo fue al combate y poco más. En Cangas y para sucederle los astures eligieron, la Corona no era entonces hereditaria, como Rey a Alfonso, un hijo del duque Pedro de Cantabria, que desde el inicio se había unido a la rebelión y estaba casado con la hija de Pelayo, Emersinda, lo que supuso el aunar voluntades, unificar territorio y preservar el linaje de Pelayo. La fusión en la corona de los dominios cántabros supuso no solo un salto en extensión sino una aportación de la herencia visigoda que iba a suponer en el futuro una definitiva legitimación y hacer aflorar lo que sería no mucho después la idea ya convertida en misión trascendental de recuperar el Reino perdido, la reconquista, y restaurar el cristianismo.

El primero de los Alfonsos en el trono de Asturias, que luego serían de León y de Castilla, fue un buen y esforzado rey, que favorecido por la rebelión bereber que convulsionó al islam, aprovechó para ampliar su reino, ocupando la actual Galicia y llegó a atacar hasta la lejana Lisboa. Junto a su hermano Fruela, un temible guerrero, devastaron los enclaves musulmanes, se trajeron a multitud de cristianos a su territorio y yermaron la franja al norte del Duero para crear un desierto que a las tropas enemigas les costara cruzar.

Iglesia de San Juan Evangelista en Santianes (Pravia), uno de los templos prerrománicos más antiguos de Asturias, mandado construir por los Reyes Silo y Adosinda.Iglesia de San Juan Evangelista en Santianes (Pravia), uno de los templos prerrománicos más antiguos de Asturias, mandado construir por los Reyes Silo y Adosinda.Fue a la muerte de Alfonso I, cuando, controlado ya todo Al-Andalus por el príncipe omeya huido de Damasco y la matanza de toda su familia, el primer Abderramán, el Reino de Asturias iba a comenzar a sufrir el terrible embate del gigante musulmán. El rey elegido para sustituirle fue su primogénito, Fruela, con el mismo nombre que su tío, y de carácter aún más violento. Al sospechar que su hermano pequeño Vimaro, que gozaba de muchas simpatías tanto entre la nobleza como en el pueblo, conspiraba contra él, lo hizo prender y degollar. La consecuencia de su acto fue inmediata. Los partidarios de este, lo degollaron a él.

 

La protectora de la corona

Fue cuando entró en escena y en la Historia la hermana de ambos, Adosinda, dicen las crónicas que hermosa y los hechos que decidida y valiente. Sería ella quien lograra a la postre preservar la estirpe de Pelayo. Fruela había dejado un hijo que tenía muy corta edad, Alfonso de nombre. E iba a ser su tía quien logró preservar su vida y tras múltiples vicisitudes conseguiría hacerlo reinar, aunque ella no llegaría a verlo asentado en el trono, como el muy mentado Alfonso II el Casto.

Para lograrlo, Adosinda, fracasada la opción de que fuera entronizado por su corta edad y temiendo prudentemente por su vida, envió al niño al monasterio de San Julián de Samos (Lugo) donde adquirió una importante formación intelectual y cristiana que marcaría de por vida sus acciones y proceder. El trono astur recayó entonces en la cabeza de un hijo de Fruela, el hermano de Alfonso I, de nombre Aurelio mientras que Adosinda se casó con el más importante de los nobles gallegos, de nombre Silo. Con ello protegía a su sobrino y a ella misma, pues su marido, amén de muy enamorado, según conserva la leyenda, era hombre de gran poder, y eso ya está en los anales, al morir Aurelio de muerte natural, fue elegido por la aristocracia como su sucesor. El que estuviera casada con la nieta de Pelayo tuvo en ello mucho que ver. El joven Alfonso, entonces, recuperó estatus, presencia en la Corte y fue asimilado al trono.

Nueve años reinaron juntos Silo y Adosinda. Una de sus decisiones fue trasladar su capital a Pravia, con muchas mejores comunicaciones dadas las antiguas calzadas romanas que se cruzaban en el lugar. Fue su reinando tranquilo, sin excesivos sobresaltos de aceifas islámicas pues de nuevo los moros se habían enzarzado entre ellos por el sur, y su huella perdura en varios lugares y edificaciones. 

 

Una etapa decisiva

Fue al fallecer el Rey Silo, cuando Adosinda vio llegado el momento e intentó restablecer la Corona en quien consideraba el más legitimado para ser entronizado, su sobrino y bisnieto de Pelayo, Alfonso II. No contó con un hermanastro suyo, Mauregato. Un hijo bastardo de Alfonso I y de una esclava musulmana, Sisalda, que se había ido ganando a la nobleza y que dio un golpe de estado, desposeyó de la corona a Alfonso, quien se vio obligado a huir para salvar su vida y que estuvo a punto de acabar con la de Adosinda, a la que al cabo, le permitió vivir pero la obligó a profesar como monja en la iglesia de San Juan Evangelista en Santianes (Pravia), que ella misma junto a su esposo fallecido habían fundado y donde Silo había sido, además, enterrado. Allí permanecería hasta el fin de sus días, siendo enterrada al lado de su marido.

El joven Alfonso había conseguido ponerse a salvo en la tierra de los vascones, de donde era originaria su madre, la Reina Munia, esposa de Alfonso I, que le acogieron y protegieron de las asechanzas de Mauregato. Este se convertiría en un rey que pasaría a la Historia como el símbolo de los llamados reyes holgazanes, que prefirió humillarse ante el emir cordobés y pagar onerosos y vergonzosos tributos a cambió de que les permitieran seguir en el trono. De sus años proviene la leyenda cargada de no poca verosimilitud, de las cien doncellas, pues las mujeres astures y vasconas eran muy apreciadas en los harenes cordobeses por su pálida piel y sus rubios cabellos.

Mauregato se mantuvo en el trono durante seis años y a la postre murió en su cama. Por una mueca de la historia sus restos acabaron por reposar en el mismo templo que los de Silo y Adosinda. A los suyos, sin embargo, les acompañó una inscripción cuya traducción del latín proclama: «Aquí en Pravia yace el que fue depravado».

A su muerte, Alfonso no logró hacerse todavía con el trono. A Mauregato le sucedió el segundo de los hijos de Fruela, hermano pequeño del rey Aurelio, conocido como Bermudo el Diacono, que por su sobrenombre no parecía muy dotado para las necesidades guerreras del momento. Los musulmanes de Al-Andalus ya no se conformaban solo con tributos y se lanzaron al asalto del reino astur. La primera embestida fue terrible y Bermudo sufrió, al intentar oponerse a ella, una derrota brutal. Decidió, con buen juicio, que aquello no era lo suyo y abdicó. Y entonces sí, las miradas se volvieron al biznieto de Pelayo, a Alfonso II el Casto, quien iba a comenzar en el año 791 un largo, sufrido, heroico y al cabo fructífero donde combatió sin tregua, hubo de contemplar por dos veces la destrucción y saqueo de Oviedo, su capital, se vio obligado a volverse a refugiar en lo más recóndito de las montañas, pero devolvió golpe por golpe y al final no solo resistió sino que fortaleció su Reinado. Fue en el transcurso de él cuando se produjo el descubrimiento de la tumba del Apóstol Santiago. Fue el Casto el primer peregrino en hacer el Camino desde Oviedo hasta el lugar donde había aparecido el sepulcro y quien resolvió junto al obispo Teodomiro que eran los restos del Hijo del Trueno, uno de los más dilectos discípulos y parece que cercano pariente de Jesús de Nazaret. Con ello se inició una ruta que amen de esperanza, fortaleza y espiritualidad trajo, y trae y acerca Europa, cultura, arte y hermandad. Desde luego fue el mejor hallazgo que se pudo hacer. 

 Dicen las crónicas, la Historia y las leyendas, que Alfonso II tuvo siempre presente, a lo largo de su longeva existencia, la imagen de su tía como el mayor de sus referentes y su ejemplo como mejor guía para sus pasos.