José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


La historia que no vemos

07/01/2022

Qué por qué pido el divorcio, señor juez? Por hartazgo. Que ya no puedo más, esto no hay esposa que lo aguante. Son más de dos mil años, ¿me oye? Más de dos mil años así. Y siempre la misma milonga, empezando enero: «Me voy esta noche con los colegas, cari, ya sabes, a trabajar». ¡A trabajar, dice! A trabajar. Todos los 5 de enero la misma monserga, yo aquí, en palacio, sola con los niños —ya les vale, dos mil años y sin irse de casa, para que luego se quejen ustedes de la emancipación— y él coge el camello y se larga. Se va de juerga, por supuesto. Siempre la misma tontería como excusa: «Es que he visto la estrella y tengo que llevarle regalos al Salvador». ¿Salvador? No sé quién será, mire que conozco a todos sus amigos y a sus primos desde que éramos novios, ninguno se llama así. Seguro que ese es el nombre de su camello; el que monta no, el otro, el de la droga, que me he enterado de que también se les dice así. Porque tal y como vuelve al día siguiente, mi Melchor se tiene que haber metido algo raro, se lo digo yo, esto no es solo vino o algún que otro cubata. No sabe qué pintas ayer, al entrar en casa. Yo al principio pensé que era el matrimonio, me lo dijo mi madre: «Déjale, hija, que todavía se cree soltero y necesita su espacio, ya se centrará con los años». Pero nada, ni uno solo ha fallado. Antes decía que se encontraba a los amigotes por el camino, pero ahora han hecho un grupo de Whatsapp, con los pajes y todo, y se mandan tonterías y vídeos guarros. Pero no toda la culpa es de mi Melchi, que el liante es el pelirrojo, Gaspar. Sí, parece simpático, pero es un truhan, que solo le van las faldas. ¿Qué se creen, que no me entero? Que he visto en el chat que hablan de pastorcillas y de una tal «Virgen» —como si quedasen de esas— y de un sitio llamado «El Portal»; con ese nombre tiene toda la pinta de ser un club de alterne. ¿Y el otro, el negrito? No, yo no tengo prejuicios raciales, señoría, pero le voy a contar un secreto: Baltasar dice que es «de color», afroamericano dicen ahora, pero yo estoy segura de que es tan blanco como usted o como yo, pero se pinta la cara con betún. Anda que no me he fijado veces, que se creen que soy tonta. Con esa carita de no haber roto un plato, seguro que es el más tarambana de los tres.
¿Pero sabe lo que peor me sienta? Que Melchor no hace más que hablar de que se pasa la noche dejando regalos aquí y allá —que tiene que trepar por los balcones, fíjese—, y a mí no me trae más que carbón. Dice que, si se comprime mucho, como en la película de Superman, se convierte en diamantes, pero a mí no me engaña.
Seguro que es un mensaje escondido, porque, ¿para qué quiero yo carbón, con el precio que tienen las emisiones de CO2 hoy en día? En fin, ¿sabe usted qué? Que quiero el divorcio ya mismo, de este año no pasa. Además, he encontrado por Tinder un gordito barbudo muy resultón, que tiene pinta de no salir de casa; dice que él no va a ningún sitio el 5 de enero — lo primero que he preguntado—, y que no sabe nada de camellos, solo de duendes y renos, que no sé qué son, pero seguro que más guapos. Y vive en Finlandia, cerca del Polo Norte, y yo ya estoy harta del calor. ¡Del calor, de Oriente y de los magos!