Ignacio Fernández

Ignacio Fernández

Periodista


Guerra

01/10/2020

La muerte de Juan Carlos Guerra Zunzunegui esta semana nos permite rememorar los años llamados de la Transición, ese accidente de la memoria en que con conjuramos para convivir. Esa España de “tergal” y polyester, ortodoxamente heterodoxa, habitada por mitos sencillos extraídos del cuadrilátero, el escenario o del cine de la sesión continua y el programa doble Esa España que supo pactar consigo misma una acuerdo para hacerse viable.

Nos sirve de pretexto la muerte de Guerra Zunzunegui para reflexionar sobre los políticos en su condición de dirigentes, los procedimientos de captación y su cualificación, la inflación de mandatarios instalados en un rosario de administraciones dúplices en medio de un cierto desasosiego de la ciudadanía.

Desaparece quien fuera diputado por Palencia y Valladolid de la tercera a la octava legislaturas, adscrito a esa promoción de que supieron enderezar la deriva de un país un tanto atrabiliario pero dotado de una marca potentisima y de una entidad innegable. El espíritu pactista y reformista sin estridencias que marcó aquel tiempo es reivindicado por todos los que abjuran de los extremos y de los extremismos. Hoy en día esa historia tiene el corazón partío.

El pesimismo es una actitud paralizante y un sentimiento propio de la derrota y sólo por eso hay que rechazarlo. Pero en estos tiempos del desbarajuste catalán, la abominación del sistema, la involución judicial, la ablación de la corona de Su Majestad, el “pastiche” judicial y la devastación de la hacienda pública, los motivos para el júbilo no son precisamente excedentarios. Vamos a despedir a Guerra Zunzunegui como se merece la estirpe dirigente de la transición: con el firme propósito de corregir la desviación de la ruta a cada momento que nos salgamos del camino. El recuerdo de esa gente se va haciendo cada día más necesario.