Begoña Ruiz

Reloj de arena

Begoña Ruiz


Año nuevo, vida...

23/01/2021

Esta es mi primera columna del año y quiero empezar con buen pie. Sin embargo, el pico del coronavirus y la gélida Filomena han hecho que la cuesta de enero sea bastante ardua.
Son los anglosajones los que han divulgado los propósitos de Año Nuevo y está de moda que después de Nochevieja, nos levantemos haciendo una lista de objetivos. Los míos fueron: optimismo, más ejercicio físico y más estudio. El primer día intenté salir a correr pero hacía mucho frío, así que lo cambié por un paseíto hasta la tienda del barrio donde encontré a la venta diversos fascículos, ofreciendo nuevas aficiones. El caso es que yo fui a comprar el pan y regresé con un puzle de barcos de guerra.
En casa me dio pereza empezar con el puzle y me planteé las actividades extraescolares que se ofrecen a los niños: deporte, música y artes, de las que se pretende que salga un Mozart, una Frida Kahlo o un Ronaldo y si no es así, viene la frustración. Pronto, me di cuenta que no soy virtuosa o genio (a mucha gente le pasa) y se nos ha convencido de que si no logramos un grado de excelencia, seamos pasivos, enchufemos la tele o el teléfono, nos pongamos delante de las pantallas y dejemos que ellas nos programen para matar el tiempo. Ese tiempo, que se nos ha regalado para disfrutar y compartir, lo estrangulamos y aniquilamos. Así se forja un asesino de horas y minutos.
Una importante lección de la pandemia es que la vida es efímera y hay que aprovecharla. Sin embargo, no es tan fácil, pues cuando me había puesto a tocar el ukelele, oí la tentadora llamada del móvil, ese aparato que me conoce mejor que yo misma y además me trata con mucho mimo y galantería. En cuanto busco algo en Google, él pone cientos de productos a mis pies y para conseguirlos solo tengo que teclear el número de tarjeta de crédito. Así me pasé más de una hora y la música se me fue a otra parte.
Por fin cogí un libro, un ensayo filosófico: ‘El mito de Sísifo’, de Camus, en el que se reflexiona sobre el absurdo de la vida. Sísifo hizo enfadar a los dioses y le castigaron durante toda la eternidad a cargar con una pesada roca hasta lo alto de una montaña para luego dejarla caer rodando hasta el valle y volver a cargarla nuevamente hasta la cumbre. También en el ensayo se menciona a, Kafka, experto en mostrar situaciones grotescas en sus novelas y cuentos. La conclusión de Albert Camus es que hay que aceptar el absurdo como parte de nuestra existencia. Yo no solo lo acepto, sino que lo corroboro. En la tele salió Pablo Casado, con una pala, quitando nieve a la puerta de un ambulatorio. Por si esto fuera poco, también nos sorprendió el vídeo de Pablo Echenique mostrando lo mal que Casado había dejado lo que pretendía limpiar. Mientras los ciudadanos intentamos comprender por qué nos suben la luz cuando más la necesitamos, ellos siguen con su pala y su grabadora como si jugaran con los regalos que les han traído los Reyes Magos. A los pocos días, se impuso en Castilla y León el toque de queda a las ocho. El gobierno central no lo admitió, los ciudadanos no sabíamos a qué atenernos y la trifulca se reflejó en BOCYL y BOE (lo más leído en la pandemia).
 El sábado quedé a las seis y media a tomar algo con unos amigos, hacía un frío que pelaba. A los pobres bares solo les permiten abrir la terraza, el termómetro marcaba cero grados, iba a pedir una caña pero entonces comprendí la afición de los rusos al vodka. Con la charla, se me hicieron las siete y veinte, me había llevado el carrito de ruedas para comprar fruta (y hacer algo de deporte). Llegué a la frutería a la siete y media, cuando acabé eran las ocho menos diez. Salí corriendo como una Cenicienta, no perdí el zapato, porque calzaba botas hasta las rodillas, pero resbalé con el hielo y casi di con mis huesos en tierra, sorprendida, creí que el carrito se había convertido en calabaza al ver rodar, por la calle, una que había comprado, junto con las mandarinas. Por los pelos, llegué a casa antes de que el reloj diera las ocho. El puzle del barco seguía allí, intacto, me enganché al móvil sin poder evitar mi destino: ser una asesina del tiempo.
Que vengan Camus, Kafka y los mitos griegos a decirme que la vida es absurda. En tiempos del coronavirus, con los móviles a mano y estos patéticos políticos en el Parlamento y en las Comunidades Autónomas, el grado de absurdo va aumentando considerablemente.