Álvaro Mateos

El Valtravieso

Álvaro Mateos


Complejo de Rockefeller por Navidad

05/12/2022

De unos años a esta parte, no sé exactamente cuándo se nos empezó a ir la cabeza con esto de los encendidos de las luces de Navidad, con fiesta incluida. Ignoro si la culpa la tuvo el alcalde de Vigo, Almeida, o incluso Sánchez Cabrera, con la historia del miniabeto; el caso es que los ayuntamientos se han vuelto locos con las dichosas luces y hasta lanzan fuegos artificiales para inaugurar la iluminación en torno a mes y medio antes de la Navidad.
No es que esté en contra, ni mucho menos, pero me parece que seguimos la estela de los americanos en todo, Black Friday y Halloween incluidos. Ya puestos, podríamos importar las fiestas en toda su dimensión, que conllevan un día de Acción de Gracias, pero claro, eso tiene tintes religiosos, vaya por Dios (uy, se me ha escapado la mayúscula). 
Pero, por ir al fondo del asunto: no sé si se han dado cuenta de que cada vez llegan antes los turrones a los supermercados (de mazapanes no hablo, que en Toledo se comen todo el año), de tal manera que a primeros de octubre ya podemos adquirir todos los productos navideños que se nos antojen. Pocas semanas después, vemos cómo aparecen las primeras luces –en Vigo, incluso fue en verano– y ya el cénit navideño parece llegar en el momento Rockefeller de encendido e inauguración de los mercadillos, que en su origen alemán llevan el sobrenombre de  Mercadillos de Adviento. 
Total, que solo importamos lo comercial, lo que lleva a la compra fácil, lo vistoso, la forma y no el fondo y todo, con prisa y antelación suficiente como para que ya estemos colmados y saciados de una Navidad que termina empachando, de la que luego más del 60 por ciento de la población dice que no le gusta. 
Porque, si tan navideños nos hacemos todos, ¿dónde dejamos el Adviento? O, al menos, ¿dónde dejamos cierto espíritu que nos haga alegrarnos cuando llegan los cánticos de los niños de san Ildefonso, la ilusión de la Nochebuena o el reencuentro familiar? Otro tanto, con las cenas de empresa. Leía hace poco un titular de El Mundo Today que decía con ironía que hay más cenas de empresa que empresas en sí. De verdad, si es que se nos va la pinza. 
Debe ser que me hago mayor, pero cuando los de mi generación  éramos niños, no prestábamos apenas atención a las luces de marras y toda la ilusión navideña llegaba en el momento de las vacaciones y el soniquete de los números de la Lotería. Ni siquiera celebrábamos en el colegio las funciones de Navidad en las que dos teléfonos móviles por familia graban al niño bailando sin que vivan el momento villancico en cuestión.
Pues eso, que todo nos llama al gasto y al consumo en una época en la que no están los bolsillos para muchas fiestas, que me temo una cuesta de enero más empinada que el puerto del Boquerón. 
Así que, si me permiten, espero quince días para desearles una feliz Navidad, aguanto hasta la Purísima para adornar la casa y voy calentando la voz con los villancicos. Será entonces cuando de veras celebremos la fiesta de la Luz (para los cristianos, con mayúscula). Mientras tanto, y a la espera, preparando el camino, viendo cómo Iberdola y Endesa iluminan calles y avenidas y se forran con nuestro ahorro sostenible en forma de leds.