"Quiero vivir de mi música y cuidarla"

E.B.
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A Jorge Marazu le gusta Ávila, el frío, la soledad de las calles cuando anochece en el invierno. Su introspección para crear hace necesario ese intimismo de la ciudad. Su experiencia vital le lleva por caminos poco descritos

"Quiero vivir de mi música y cuidarla" - Foto: Isabel García

En el caso de Jorge Marazu, Jorge Juan Hernández Marazuela, se cumple la máxima de que cuanto más brillante es una persona, más humilde se muestra. Y esta tónica se mantiene a lo largo de la hora larga en la que conversamos para realizar esta entrevista. Nunca he visto a nadie con tanta creatividad y con tanta fuerza artística que esté tan a pie de suelo, tan cerca de la realidad, tan conectado con su entorno, con la sociedad y con el mundo. Contempla su paso por este tránsito vital como un camino en el que lo que uno posee de extraordinario debe ser puesto en común, y es que abundan los plurales en su vocabulario, el nosotros, el ellos. 

Su infancia tiene como escenario Blascosancho, una escuela pequeña con niños de muchas edades y ninguno de la suya, con la felicidad infinita de esa libertad casi atávica. «Me crié como los niños salvajes de aquella época, porque al final vivías como ser independiente, sin nadie de tu edad en el pueblo, salvo algunos fines de semana que venía gente de Madrid, y en este escenario tenías un espacio inmenso para crear tu propio universo» comenta.  Dice que su maestro de aquel tiempo, Víctor Mercado, fue un segundo padre para él, «gran parte de lo que soy se lo debo a mi maestro que es una eminencia, un ser de luz maravilloso con el que tengo relación constante a día de hoy», nos cuenta. «Me regalaba libros, me incentivaba a investigar y a descubrir, es impresionante lo mucho que te puede marcar un buen profesor», «hace poco, buscando un libro para mi sobrina encontré un volumen con una dedicatoria suya del año 1995, le mandé la foto por whatsApp, le dije: mira lo que acabo de recuperar, me trajo recuerdos preciosos ese momento». 

A los once años se traslada toda la familia a Ávila, para facilitar los estudios de Jorge en el Conservatorio. «En mi casa la música estuvo presente siempre porque mi padre tocaba en una orquesta y he vivido este mundo de una forma muy natural, nunca he decidido ser músico, es como una petición de mi cuerpo, forma parte de mi forma de expresarme, por eso en un momento determinado y casi involuntariamente comencé a escribir canciones». 

¿Cómo fue el cambio de Blascosancho a Ávila?

Ahora que lo veo con perspectiva y que puedo analizar al niño que fui, me parece que era necesario el cambio. Suelo hablar con ese Jorge de entonces y es terapéutico plantearme si aquel niño estaría orgulloso de en lo que me he convertido de adulto. Me encantó venir a vivir en Ávila, era un sueño estar en clase con gente de mi edad. En Blascosancho éramos diez niños de diferentes generaciones, en Santo Tomás, mi colegio, había veinte en clase, chicos y chicas. Además, empecé a jugar en el Real Ávila y eso supuso formar parte de un proyecto conjunto, de una idea de grupo. Mi vida cambia por completo, aunque la música siempre está presente por la afición de mis padres, en casa siempre había muchos discos, mucha música. Yo estaba deseando que viviéramos en Ávila, me parecía que era subir un peldaño en el escalafón, y ahora, aun amando la ciudad y estando feliz aquí, me encantaría volver al campo, a esa ruralidad libertaria que tuve en mi infancia. 

¿Compaginas bien el Instituto y el Conservatorio?

Los estudios eran para mí una obligación impuesta, no era buen estudiante y me rebelaba en general contra lo estipulado o lo establecido como norma. Me recuerdo como un chico en cierta manera mal ubicado por diversos factores.

¿Te sentías algo incomprendido en esta época entonces?

Sí, no acababa de encontrar mi sitio, me embargaba una sensación muy potente de incomprensión. Era frustrante porque yo percibía en mí una habilidad que no estaba mostrando, tenía una sensibilidad que no entendía de esa forma de comprender la música, por ejemplo, solo centrándose en la ejecución y en menor medida en el sentimiento, en lo que sale de dentro casi de forma innata. En ocasiones el mundo está diseñado para la uniformidad, y el diferente siempre tiene dificultades. Lo pasé mal en ese proceso de encontrarme a mí mismo, de seguir el camino que de alguna manera estaba dentro de mí. Me gustaría transmitir a los más jóvenes que estén en esa situación que todos somos diferentes y que las cosas tienen múltiples perspectivas.

¿Cómo inicias tu camino musical, el que te identifica?

Aunque en el Conservatorio tocaba la trompeta, cuanto tenía alrededor de 14 años comencé a practicar con una guitarra que había en casa.  Apenas recibí algunas clases de guitarra y ya me lancé a tocar más por intuición que con conocimientos. Para mí tanto el piano como la guitarra son instrumentos que manejo de manera intuitiva y para componer. Soy autodidacta y en ningún caso un músico brillante, puedo tocar para acompañarme y para componer, pero no desde la excelencia del control de los instrumentos. Esto tiene una parte emocionante, y es que creativamente no me condicionan patrones estándares, yo ordeno lo que me sugiere una melodía. Esto me da libertad a la hora de crear.  

¿Cómo y cuándo compusiste tu primera canción, cómo fueron esos inicios, en qué te inspirabas?

Recuerdo estar escuchando a Enrique Urquijo interpretando una canción de Pablo Milanés, en concreto la que se titula 'Para vivir', y pensé «este tipo me entiende». Yo tenía la sensación de que nadie me entendía, pero en éstas y otras escuchas descubrí que yo quería hacer eso, sin ninguna pretensión añadida, quería hacer canciones. Además, sentía que podía hacerlo, que es lo más importante.

Comencé, sin decírselo a nadie, a cambiar las letras de canciones de Sabina, de Fito y Fitipaldis… En el instituto me pasaba las clases haciendo eso, con la melodía en la cabeza y elaborando nuevas letras a temas consolidados. Después comencé a componer mis propias canciones, en secreto. 

Me inspiraba en el amor, en la noche y en la gran necesidad que tenía de protestar (ríe). Aunque escuchaba mucho rock y mi entorno de amigos también, a mí me salían letras y temas más cerca de lo espiritual, de la sentimentalidad, de lo profundo, de forma innata y sin planificarlo. 

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