Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


¿Playa, piscina o urnas? La solución es...

19/06/2022

Ocurre muchas veces, y en muchos países, en las vísperas de las elecciones. Los medios se llenan de mensajes subliminales, porque, muy legítimamente, apoyan a unos u otros. En España, vigente la absurda prohibición de publicar sondeos desde casi una semana antes de la marcha a las urnas, solamente se actúa a través de sensaciones, percepciones y rumores acerca de los 'tracking' que, claro, realizan los partidos hasta última hora. De ahí esas llamadas quizá algo angustiadas para que este domingo de calor la gente acuda a votar -todos creen que un voto masivo les favorece- y deserte de la playa.

Personalmente, encuentro motivos en todos los casos para desear una votación del setenta por ciento o más en Andalucía. Toma, y en Francia o en Colombia, donde también se celebran este domingo unas elecciones significativas que teóricamente pondrán fin a una era de convulsiones políticas en los partidos.

Lo que no me parece de recibo es ese tono apocalíptico que percibo en algunos gritos con sordina: "podemos perder por culpa de la playa". No sé, pienso que oportunidades de cambiar las cosas en las urnas hay solo una, mientras que días de playa hay muchos. Pero disiento de ese mensaje soterrado que sugiere que, si no vas a votar, tendrás tú la culpa, y no quien lo hizo mal o bien, del resultado.

Echo de menos análisis algo más profundos. Por ejemplo, la exigencia a nuestros políticos para que instauren de una vez el principio de que quien gana unas elecciones es quien debe asumir la responsabilidad de gobernar, abandonando alianzas indeseables que pueden falsificar la intención con la que votamos a unos o a otros. ¿O es que no ha ocurrido así en Madrid, en Castilla y León y, claro, a nivel nacional con esa coalición que jamás debió producirse?

Los 'extraños compañeros de cama', que decía Churchill, pueden acabar tirando por tierra nuestra confianza en la democracia. Si usted vota a Pedro Sánchez cuando le dice que no hará alianzas indeseables es porque no quiere a ese aliado indeseable en el gobierno (y, sin embargo, lo tuvo). Si usted vota a Fernández Mañueco no lo hace para que le vigile ese joven altivo y sobrado. Y si vota a Moreno Bonilla lo hace pensando en blindarle de algo que él no quiere hacer: tener en la vicepresidencia de la Junta a la dama arrogante siempre tan segura de 'sus' verdades.

Nunca criticaremos bastante la tradicional pereza y cobardía de eso que se llama 'clase política' a la hora de emprender la mayor de las reformas que nuestra democracia, para ser más sana y completa, necesita: la de la normativa electoral. Que da, por ejemplo, estabilidad a Francia como Estado a pesar de las trapisondas de sus formaciones políticas.

Como en tantas otras cosas sustanciales -la reforma del Senado, la del poder judicial, el desbloqueo de las candidaturas- aquí ha habido ocasionales acuerdos entre las formaciones mayoritarias, que han sido eso: ocasionales y nunca fructificaron. También los hubo para llevar a cabo esa medida, la de que gobierne el más votado, al menos en los ayuntamientos, lo que ya era un comienzo. Pero ninguna de esas modificaciones llegó a llevarse a cabo jamás: el gran vicio de la democracia española en los últimos cuarenta años es que se muestra incapaz de llegar a acuerdos transversales para mejorar el grado de democracia del país.

Y entonces, pues así estamos: atados a los vaivenes de Podemos o a la altanería algo prepotente de Vox. Y todo, porque las dos fuerzas principales que habrían de moderar la política de este país acalorado nunca alcanzan, de verdad, esos pactos que todos saben que serían buenos para España. Aquí no rige eso de 'que gane el mejor', sino que puede ganar el peor si va bien (o incluso mal) acompañado. O vigilado.