José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Rotondas morroñosas

24/03/2023

En 1901, varios multimillonarios americanos pensaron que estaría bien ser aún más multimillonarios. J.P. Morgan, Andrew Carnegie, John D. Rockefeller o el abogado William Henry Moore, tras años peleando entre sí, firmaron el armisticio y fundaron la U.S. Steel, la «Big Steel». Fue la mayor empresa mundial productora de acero y también la primera con una capitalización bursátil de más de mil millones de dólares.  En 1933 patentó un acero que tenía un interesante comportamiento al añadirle algunas sustancias: el acero autopatinable, al oxidarse, forma una película que lo protege de futuras corrosiones. Seguro que han oído hablar de él, el acero COR-TEN, corten para los amigos. No sé en qué malhadado momento se decidió que esa capacidad, además de resistencia, le aporta estética para esculturas al aire libre.

Cambiaron su nombre por el de Charles de Gaulle, pero los parisinos —y yo con ellos— siguen prefiriendo el anterior, Plaza de la Estrella. Doce grandes avenidas confluyendo en un gran y redondo espacio. En 1806, Napoleón, pensando qué podría hacer en su centro, y a pesar de su mítica humildad (*), decidió homenajearse erigiendo el Arco de Triunfo que se ve en la meta del Tour de Francia. A su alrededor surgió la que dicen fue la primera rotonda de la historia, un caos sin carriles delimitados donde las aseguradoras declinan pelear por los partes.

Las postrimerías del siglo ya vencido y las primeras décadas de este tan mal comenzado se pueden definir y resumir en dos cosas: rotondas y estatuas en oxidado hierro. A veces incluso conjugándolas. Y nuestra ciudad, adalid y referente del turismo de interior —Matías Prats dixit— no podía ser menos. La herencia recibida (**) y el futuro por escribir son centenares de rotondas ordenando los cruces y múltiples —e incomprensibles— estatuas por doquier.

Pero cada Troya tiene su Homero, cada Tierra Media su Tolkien, cada hoja de hierba su Whitman. Y era de justicia que esta eclosión urbana tuviera un bardo que la glosase en virtuales museos. Una de las mentes más ingeniosas que vieron nacer los vencejos del Rastro, una pluma que conjuga el verbo castellano aprehendido de don Miguel con la fina ironía del añorado Pratchett, la agilidad para la greguería de Gómez de la Serna con la tensión narrativa de un guionista de «Los Soprano», el existencialismo intimista de Kierkegaard con conocer nuestra historia solo un paso por detrás del oficial Cronista (***). Padre de términos como «fierro morroñoso», el vago concepto historicista de lo «postmedieval» o la «chirimbolia rotondae» Los iniciados sabrán de quién hablo (****). Los que no, busquen en Google el blog —cosa antigua— de Halón Disparado y deléitense con sus Ávila Road y Ávila Street Museums. (Re)descubrirán Ávila y, de paso, a una grandísima persona.

 

* Humildad y renuencia a ver su imagen en público que han heredado muchos de nuestros políticos.

** No siempre es mala. O sí.

*** Podría seguir, pero las dos cervezas a las que me ha invitado por el panegírico no dan para mucho más. Brillante, sí, pero rácano.

**** No, no voy a desvelar el secreto mejor guardado de nuestros tiempos —exceptuando dónde compraba las sandwicheras Enríquez Negreira—. Búsquense la vida.