Emilio García

Desde el mirador

Emilio García


¿Falta de empatía?

20/10/2022

Resulta vergonzoso, impúdico diría yo, que con la que está cayendo nuestros parlamentarios ni se inmuten cuando han de decidir el aumento de su sueldo. Estamos como todos los años. Aquí no hay quien viva y, sin embargo, los que deben dar ejemplo son los primeros en dar un paso por encima de los españoles.
Vamos a ver. ¿Quién les paga su sueldo? ¿En quién deberían pensar antes de dar ese paso o considerar si es oportuno o no? Los españoles con dilatada tradición laboral -mucho más que la casi totalidad de nuestros representantes- no entienden que se les esté apretando la soga que ya tienen al cuello y, al tiempo, quien tira de ella esté llenando su bolsillo con un incremento salarial.
Pero como ya no tienen límite, como el primero que no da ejemplo es el presidente del Gobierno, pues nada, que todos a lo mismo. Los partidos "de la gente", esto es PSOE y Unidas Podemos, han decidido meter la sardina en su cesta, no sé si por lo que pueda pasar.
Ya demostraron su falta de empatía social cuando la mayoría de parlamentarios decidieron que se aprobara el gasto de más de un millón de euros en cambiar los dispositivos de sus señorías. Claro, no es de extrañar que necesiten nuevos terminales electrónicos porque basta con verlos por la calle, el pasillo, sus escaños para darse cuenta que nada le interesa más que lo que sucede en las redes sociales y otras comunicaciones móviles.
Nos llama mucho la atención cuando, entre sus nuevos recursos narrativos, nuestros representantes de tres al cuarto nos hablan de empatía, sororidad o, lo penúltimo, «impuesto de solidaridad». Es para echarse a reír y pasarnos así un año.
Si nos centramos en lo último de la ministra de Hacienda (es decir, Sánchez), ahora son los ricos los que deben soportar ese «impuesto de solidaridad». Este eufemismo es tan ridículo como insostenible. Los primeros que deberían ser solidarios con los ciudadanos que les mantienen son ellos. Pero, claro, eso resulta imposible porque siempre tendrán argumentos, según ellos razonables, que impiden dar respuestas concretas. No se puede reducir el Consejo de Ministros, ni eliminar cargos ineficientes, ni tocar a nadie «de los míos»; es más, los asesores aumentan a diario. La misma ministra defiende el aumento del sueldo de los políticos porque es «calidad democrática».
Esos son ejemplos del disparate en el que vivimos. Como que el señor Sánchez, el protagonista de una serie de televisión, haya decidido motu proprio que tiene las manos libres para distribuir nuestro dinero en aquellas iniciativas que no aportan nada en este momento a España, pero que le sirven a él para alcanzar sus propias metas, exclusivamente personales.
Los españoles estamos inmersos en una situación crítica insostenible y, mientras, desde los diversos ministerios, direcciones generales y Moncloa están derrochando el dinero (que hay que gastar antes de noviembre) en campañas publicitarias mil, en donativos incomprensibles o en viajes que darían para mantener a muchas familias en situación de vulnerabilidad.
Y, con la que está cayendo, a nuestro timonel no se le ocurre otra cosa que montarse una serie documental en la que, eso sí, hablarán todos los que trabajan en Moncloa, incluso el portero de discoteca. En fin, que tenemos un nivel de representación y proyección nacional e internacional que jamás nos lo hubiéramos imaginado hace un par de décadas.
Queda comprobado que el problema son los privilegios: el cómo algunos políticos que apenas tenían donde sentarse, alcanzaron metas imposibles de asumir en su vida y que les ha llevado de una caja de supermercado o coleccionar discos de rock a ocupar cargos políticos sin preocuparse por el pueblo para el que debieran trabajar. Los consejos de despacho o de alcoba se han olvidado, porque la memoria es frágil; pero han encontrado el pesebre en el que sostener su vida a cambio de sufrir improperios y ser señalado con el dedo que nunca supo acertar en una votación.
Pero, como ya comentamos recientemente, se atreven a reeducarnos, a señalarnos caminos que ellos no transitan (pagan menos a Hacienda y disfrutan de prebendas varias) y a vociferar contra lo que hacemos o dejamos de hacer.