Es difícil explicar la cantidad de sentimientos que puedes llegar a acumular en 66 días. Más difícil aún si tienen que estar condensados en 3000 caracteres. Cada mañana cojo mi bici, atravieso un parque, subo la pasarela, cruzo el otro parque, rotonda y empieza el día. Recorrer la primavera hasta llegar a la oficina te da la oportunidad de escuchar la vida naciente a pesar de que abril nos sorprendió con nieve y mucho frío. Árboles en flor, tulipanes y narcisos decorando la vida y un renacer que eleva a otra dimensión tras un duro invierno.
Es difícil de explicar qué haces cada día, qué sientes, cómo se articula la maraña de sentimientos que te rodean en esta locura sin cordura, en este complejo fenómeno donde nada está escrito y donde no todo vale, aunque todo se hace.
Día 66 de historias, sentimientos, logros y necesidad de escapar. Camino cada día pensando en mi Navaluenga, en mi mar, en mi monte. Me evado pensando en lo bueno que está por llegar en mis paraísos particulares. Porque la felicidad también se entrena y quiero pensar que cada día es una nueva oportunidad para estar en los lugares donde habitan mis sueños.
Pero el presente también me regala motivos para creer, ilusionarme, para sentir. El presente nos está enseñando las caras de la moneda que siempre guardan el equilibrio entre lo mejor y lo peor que podemos aportar las personas. En mi caso cara y cruz son siempre una buena estrategia. Si sale cara son personas y si sale cruz son personas ayudando a otras personas. Suerte la mía, el azar juega a mi favor.
Así que lancé la moneda y salieron las personas, que hacen cada día más bonito el mundo. Salen personas como A que contagia ilusión por donde quiera que pasa, con una sensibilidad hacia la importancia del voluntariado que me encantaría que fuera contagiosa. Personas como D que ayer se despidió de nosotras y que emprende otro viaje en busca de su mundo interior. Sin poder haber llegado hasta lo profundo de sus sentimientos, se que ese corazón ha vivido demasiado como para no merecer una historia con otro final. H que, con su adorable juventud y su capacidad con los idiomas, decide que su pasaporte de Bielorrusia no puede enturbiar lo que puede hacer por los demás y anota en su tarjeta de voluntario los 4 idiomas clave para comunicarse con otras personas. D suspira porque a pesar de su mochila cargada de experiencia, ha sentido que el dolor humano pudo con ella en algún momento. Pero se cae y se levanta y vendrá más fuerte que nunca para seguir trabajando por los demás. El impronunciable nombre (para mi) de Z con su corbata y esa empatía para hablar con cualquier persona. Esa sonrisa transparente cuando cuenta que somos de carne y hueso y que es difícil lidiar cada día con las «otras historias» que un día cruzaron la frontera. Son muchas, pero os cuento la última. I tiene 16 años y también dejó un día a su familia con un paréntesis que no tiene final. Pero esa madurez y delicadeza de los 16, me emociona enormemente porque su ejemplo y su entrega para ayudar a sus convecinos es para escribir muchas columnas.
Es difícil explicar la cantidad de sentimientos que se acumulan en 66. Y creo que aún nos queda bastante. Pero mientras los días pasan, seguimos lanzando la moneda y siempre sale la opción correcta: Personas. Y aquí, a pesar de ser chica de ciencias y comulgar con teorías de la relatividad de todo en general, sé que lo que dijo Eduardo Galeano es totalmente cierto: «Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias».