Juan Carlos Huerta

Cosmorama

Juan Carlos Huerta


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14/10/2021

Hace unos días un hombretón como el jugador de baloncesto Iñaki Zubizarreta conmovió a un auditorio abulense con su desgarradora historia de acoso escolar. Hace no mucho, también se desnudó en televisión, en ese mismo sentido, el popular Santiago Segura, víctima de la misma agresión perversa. El bullyng, como el mobbing (acoso laboral) es el crimen perfecto. No deja huella, pero sí cadáveres en los armarios de las aulas y de los centros de trabajo. La calumnia, la manipulación, los rumores falsos, la vileza y el inequidad alimentan al monstruo y a sus criados, que buscan destruir a la víctima. Si abyecto y perverso resulta el mobbing, especialmente preocupante y doloroso es el acoso escolar. La inmadurez de los menores juega muy en contra del damnificado. Desgraciadamente, la guadaña de Damocles pende sobre él. Demasiados suicidios. Hemos sustituido la violencia física, el cantazo en la cabeza, la brecha y el tirón de pelos, por la infamia chismosa y el psicoterror. Todo muy Deluxe, aunque el plató sea un campo de futbito, un recreo o una catequesis. Los padres, los educadores y la sociedad en su conjunto tienen mucha responsabilidad de lo que está sucediendo con los niños y jóvenes.     
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Hay un despertar de eso que se llama la España Vaciada, una especie de 15-M ruralista y, sin quererlo, potencialmente cantonalista, liderado por urbanitas nostálgicos, intelectuales y personas comprometidas, con caldera de péllet, placa solar y conexión wifi en la casita del pueblo, donde nació madre, padre y vivieron los abuelos; donde las gentes se conocen, todo el mundo sabe de dónde viene todo el mundo, se guardan las formas, la educación y, cuando no queda más remedio, las tensiones se resuelven a garrotazos y lo protocolario suena falso e impostado. Una gran familia con su hidalguía, su maestro, maestrillo, su laboriosidad, su patriotismo santero, su independencia vital, y sus personajes quijotescos y únicos. A mí me gusta más esa España Vaciada que la España Viciada de provincianismo urbano, de wanabís, de cuñadofranquistas y de marquesados patéticos.
La España Vaciada corre el riesgo de quedarse en eslogan y de naufragar en las mil y unas olas de la demagogia y el victimismo. Bien enarbolada, esta reivindicación tiene que enfrentarnos al espejo de un problema profundo, complejo y que viene de lejos. La despoblación no es una cuestión de hoy, ni tampoco los movimientos de población hacia 'las periferias' y Madrid. Es un desafío de política con todas las mayúsculas, que pasa por coger el mapa de la Península y observarlo un ratito. La primera conclusión es que estamos ante un modelo que requiere equilibrar el interior. Faltan ciudades intermedias, de unos 200.000 habitantes, que moteen las mesetas, imantando residentes, infraestructuras, negocios y servicios, por mucho que Ayuso sobreactúe con ese abertzalismo castizo y nacional-liberal. Hace no mucho, el capital humano más formado del medio rural abulense aspiraba a un estatus social y profesional en la capital abulense. A mí esto me parece sintomático y ya sé que la globalización tiene mucho que ver, pero tampoco todo el mundo sueña con educar niños rubios en Noruega o montar un startup para sexadores de focas en Nueva Zelanda. Hay gente menos heroica, que se conformaría con la 'vulgar' gesta de vivir sin demasiadas complicaciones, asegurarse una supervivencia digna, disfrutar de amigos, familia, cañitas, bailar una zumba... y hacerlo en la tierra en la que han nacido y les gusta estar.