Pablo Casillas

El Corrillo

Pablo Casillas


Cuando todas las personas eran importantes

28/09/2021

No hace mucho tiempo de esto. Principal y fundamentalmente eran importantes las Familias, extensas. Los padres, hijos y abuelos, también el resto de familiares. En la Familia, cada cual era relevante, por sí mismo, en su «papel», si sirve la expresión.  
Y lo mismo acontecía en la sociedad. 
En los pueblos era donde más definido estaba ese estatus, si bien las ciudades no iban a la zaga, sobre todo en las de pequeña o mediana población, como Ávila. No digamos si descendíamos a los barrios. 
Hablaré de mi barrio, porque le conozco, de algunas de sus personas, por ser imposible citar a todas, con incluso los hijos de lo que enumero, muchos  de ellos amigos.
Nada más salir de la puerta de mi casa, de la taberna de mis padres, a la izquierda, estaba el Sr. Anta, que regentaba la Posada llamada de «La Fruta» y tenía una autoescuela;  en el edificio de al lado vivía Don Isidoro Heras, el médico, y el Sr. Ateca, que trabajaba en el Banco de España; y la Sra. Mónica, que cuidaba del buen estado de la Cámara de la Propiedad Urbana, y en la última planta del edificio la Familia del Comandante Gutiérrez, nada menos que con 13 hijos; en el edificio de enfrente, Don Antonio Velázquez, médico también, y dos Teresas, la peluquera y la dueña de la casa, y Don Fidel, nuestro Párroco; siguiendo por esa acera, el Sr. Benigno, el zapatero, en cuya casa vivieron luego Luis y Felisa, los de los «Baratillos», y a continuación  el Sr. Félix y la Sra. Segunda, con su Posada de la Estrella.         
Si hubiera tirado hacía la derecha, me habría encontrado con el Sr. Mariano Galán, el sastre, y sus hijas, Aurora, Angelines y Pili,  y su yerno Fernando Romera; y a continuación con la Familia Alonso, –y tal digo, con mayúsculas, porque siempre han sido una gran Familia–; y dos pasos más allá, la casa de las Bellas Chiquitas, en cuyos bajos estaban las zapaterías del Sr. Antonio y de Ruiperez –esta con entrada por Caballeros– y el  bar Sr. Berrón.
En la calle Sancho Dávila, hubiera visto a Santiago Plaza, el practicante, y a su mujer Paulita, siempre tan cariñosa; y a Don Eduardo Ortega, Interventor del Ayuntamiento; y al Sr. Galindo, que tenía un puesto de venta ambulante de chuches, en el Grande; y, en el edificio de al lado, a Dª Sonsoles  Bernaldo de Quirós, que era la Jefa de la Sección Femenina; a continuación, a Don José Gutiérrez, el farmacéutico del Chico, y a Don Juan Carlos Delgado, Secretario de la Diputación. Y enfrente, a los diputados y funcionarios de la Diputación, con el siempre omnipresente y atento Sr. Manolo, conserje mayor y buen amigo de mi padre.  
Si desde mi casa hubiera tirado hacía la calle Blasco Jimeno, al primero que habría visto sería a Don Satur, el maestro, y, a continuación, al Sr. Manolo, el fotógrafo, y su inseparable mujer, Julia; y, siguiendo esa acera, a la Sra. Valentina, toda una institución, con su perro Lucero; y a Doña Carmen y su marido Don Pedro, de la Academia Rodríguez, que tan buena formación dieron a miles; y a Don Fortu, también maestro; y en la acera de enfrente a al Sr. Segundo y su esposa la Sra. Catalina, y a D. Mariano, Jefe de Correos y Telégrafos.
Si hubiera subido al Mercado Chico, habría visto a Mari, del Bar Pema, y al Sr. Casillas, de la Cafetería Liceo, y a los Hermanos Gañán, que regentaban dos tiendas de ultramarinos, y a los Terrón, que tenían la otra tienda del Chico, y al Sr. Ladislao, del Bar Felipe; y a los Coca, en su tienda de ropa. También a los munícipes y a los funcionarios y empleados del Ayuntamiento. 
Y bajando hacía la calle Caballeros, habría visto al Sr. Ángel y al Sr. Agustín, en sus peluquerías, y a la Sra. Mercedes,  en su zapatillería, donde también se cogían las medias; y la casa de los Antequera, a continuación; y seguidamente, daría con la Ferretería de la Nieta de Eusebio Pérez, y dos pasos más allá con la casa de los Caro, el abogado, en cuyo bajo se encontraba la tienda de los recuerdos del Sr. Rofso; y, enfrente, el Comercio de los Quirós, con su zapatilla de esparto de la talla 90, o más, a la puerta, regentada por Lorenzo y Enrique, los cuales no solo suministraban al barrio sino también a los pueblos, y seguiría con la casa de Don Jesús Velázquez, médico-cirujano, y con la tienda de electricidad de la Familia del Nogal. 
Todo esto en apenas 200 metros de radio.
Podría adentrarme un poco más, en las calles Reyes Católicos, Comuneros de Castilla, Vallespín, Plazuela de la Fruta, etc., y seguir,  pero no caben en este artículo.
Miren, todas las personas que he citado, y sus familias, eran importantes en sí mismos, y así sucedía porque cada cual tenía su función y eran conocidos y reconocidos por todos: médicos, abogados, funcionarios, empleados, tenderos, taberneros, zapateros, peluqueros, sastres, etc; y, por supuesto, los vecinos. Lo mismo sucedía en la esfera social. Hasta el más humilde en su puesto de trabajo tenía importancia y era conocido. 
En la actualidad es completamente distinto. Algunos son conocidos por su «famoseo», pero en general nadie conoce, y, por lo tanto, nadie aprecia y respeta a los demás.
Ciertamente, no se trata de ser nostálgico, sino de reconocer y valorar a las personas. Les animo a lo que lo hagan, y sobre todo, a que transmitan esa forma de ser a sus hijos y nietos, los cuales, muy probablemente –por no decir que seguro-, no conocen ni siquiera cómo se llama el vecino de enfrente, mucho menos sus preocupaciones y problemas.
P.D.- 1º.- Pido perdón por las omisiones. 2º.- Rindo homenaje a tantos chicos y chicas que jugábamos en el barrio, a veces «empeluchados», lo que dejaba alguna «pitera»,   enseguida olvidada; y a nuestros padres, que nos dejaron hacer sin meterse en nuestras vidas.