M. Rafael Sánchez

La mirada escrita

M. Rafael Sánchez


Naturaleza herida

03/10/2021

Este recién terminado verano ha sido extraño y terrible para nuestra provincia. El incendio de la sierra de la Paramera –mal llamado incendio de Navalacruz- ha arrasado miles de hectáreas y ha dejado un recuerdo espectral de paisajes quemados, animales carbonizados, huidos o heridos y una economía rural en quiebra allí donde las llamas fueron por unos días viva estampa del infierno. Tras toda catástrofe sale lo mejor que en cada cual habita, y eso da sentido a nuestra humanidad y es ejemplo de lo que podríamos llegar a ser. Como esos brotes verdes que ya emergen entre rocas y cenizas y que demuestran que las plantas autóctonas son las primeras que recuperan la vida. Y es en las que hay que pensar para la cura de la sierra.
Corresponde hacer una reflexión que vaya más allá de la reacción en vivo y cortoplacista y buscar y acordar qué medidas, qué acciones son las que pueden hacer futuro porque estén asentadas en el funcionamiento y posibilidades de cada ecosistema y de cada economía particulares. Y que tengan en cuenta el progresivo cambio climático y, con ello, la idoneidad de cada medida –incluida reforestación– a tomar.
Estos incendios tienen un desencadenante que a veces no se puede prever, pero sí que es deber de las administraciones el analizar los fallos previos de gestión de los montes, dotación de medios, organización y, una vez declarado el siniestro, cuál ha sido la reacción y toma de decisiones de los responsables políticos y operativos. Porque hay responsabilidades por omisión y otras por gestión, y en ese análisis -que no es ajuste de cuentas-, los afectados han de ser escuchados, pues herido está su paisaje, su pueblo, su economía y hasta ellos mismos. Y quien no haya hecho bien su trabajo debería tener la responsabilidad y deber moral de tomar las medidas que a sus fallos correspondan y no esperar al olvido que el paso del tiempo propicia.
Llevamos ya décadas hablando de cambio climático, de aumento de temperaturas, sequía, destrucción de ecosistemas, desaparición de especies, abandono de lo rural… Tras cada desastre parece que todos se conjuran para dar un golpe de timón y virar el rumbo. Al poco constatamos que las buenas intenciones quedan en palabras, en gestos, pero no en trabajo fundado, obra realizada y cambio de paradigma respecto a la gestión del entorno natural. Y las olas de calor, los incendios, las sequías van a ir en aumento. ¿Cómo se va a hacer frente a estos retos? 
Es el tiempo, tras este duro verano, de la propuesta de soluciones creativas, no sólo de reivindicaciones justas –que también-. Y ahí han de estar todos, pues somos hijos de la naturaleza, vecinos de estas tierras que, como a las raíces de los árboles, el subsuelo nos une en un todo. Y dejar afuera demagogias, intereses ocultos o políticas de maquillaje. La naturaleza tiene un gran poder. Uno de ellos es de que a su entorno, a su luz y calor se suscitan encuentros, diálogos y pueden ocurrir hasta milagros. Como recuperar para la vida lo destruido por el fuego en este aciago verano.