José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Descanonizando

11/03/2022

Pues hasta aquí hemos llegado. Ha sido un placer compartir, estimados tres lectores, estos años de columnas, de darle a la tecla y a la neurona para llegar cada viernes a los 3200 caracteres exactos. En su momento, cuando Pablo Serrano me sugirió la posibilidad de volcar en las páginas de Diario mis desvaríos, me garantizó que no habría tabúes, líneas rojas o censuras. Y a fe que lo ha cumplido, he disfrutado de absoluta libertad de expresión a lo largo de estos siete años, y eso que tonterías he soltado, muchas. Pero soy consciente de que lo que prometió es un imposible; hay cosas que ni el director de periódico más permisivo puede tolerar. Seguramente, fiel a su palabra, publicará esta última columna, pero acto seguido recibiré una amable llamada indicándome que a partir de ahora necesitan este espacio para cosas más importantes, como una nueva serie de recetas tailandesas o para adelantar el horóscopo a tercera, que es sección cada vez con mayor demanda.
¿A qué viene esto, dirán? Pues a que hoy, un día antes del siguiente belén de turno, les vengo a confesar, sin paliativos, que estoy de la Santa hasta las narices. Harto no tanto de la Cepeda como persona —no coincidimos por apenas unos siglos— como de lo que con ella hemos hecho. Porque conocerla, no sé cuántos la conocerán; cada vez que un entrevistado dice que el personaje abulense que más lo ha marcado es Teresa me pregunto si no seré el único bicho raro que apenas ha leído nada suyo —algo recuerdo en el instituto, lectura pesadita— y que tan solo sabe cuatro citas y las manidas anécdotas de pucheros, sandalias, fugas y fundaciones. Yo, lo reconozco, no soporto el tinglado que desde 1622 y su canonización se ha creado aprovechando —¿explotando?— su figura. Para «homenajearla», dicen. Patronazgos, plazas, estatuas, rutas turísticas, visitas teatralizadas, centros educativos, premios literarios, cafés, restaurantes, hoteles, carreras populares, yemas, membrillos, gazpachos. Santa Teresa hasta en la sopa, y no es forma de hablar. Celebramos nacimiento, muerte, canonización, transverberación o brazos incorruptos. Lo que sea con tal de usarla en pro del becerro de oro de nuestros días. Ya viví como voluntario el centenario en 1982, papa incluido; el 2015 —sin papa, no fuera a ser que influyese en las elecciones— me escaqueé, a Dios gracias. Mañana comienza otro, quizás con pontífice, pues nuestros próceres locales que tanto lo visitan gustan sacar conejos de la chistera.
¿Cómo se puede ser abulense de bien, pasear por el Grande o el Rastro saludando a tus convecinos, correr por el Soto, escribir una columna en el periódico o siquiera respirar cada día con esta falta de «teresismo», este «antisantismo»? De esta Pablo, y no sin motivo, me «descanoniza».
P.D. La conozco poco, pero al igual que hace a veces amable e inmerecidamente alguno de ustedes, fieles lectores, de tener ella WhatsApp en el cielo creo que la Santa me enviaría uno diciendo: «¡Muy buena la columna hoy, Guillermo, yo también estoy harta de mí misma!».
P.P.D. Existe la no despreciable posibilidad de que, ahíto de mi verborrea, Pablo no lea ya mis escritos. Pudiera ser que me salve de esta y tengan ustedes que seguir soportándome…