David Casillas

En tierra de nadie

David Casillas


Caótica sucesión de ideas

24/02/2022

Al que suscribe, imagino que al igual que le ocurre a todos los que cometen la osadía de coger la pluma para mojarla en el tintero del alma manteniendo la esperanza de que no se le seque, cada día le resulta más difícil encontrar algo nuevo que llevarse al papel, le cuesta más esfuerzo crear una expresión verbal que tenga algo de interesante, unas palabras bien trenzadas que despierten alguna reflexión, alguna emoción, algún mohín de aprobación, desaprobación o desprecio. Unas veces por falta de imaginación, de capacidad de reflexión o incluso de valentía, y otras muchas, quizás más, por tener la incómoda sensación de que o bien no queda nada nuevo por decir, o bien de que de nada sirve decir nada, ya ni siquiera para desahogo personal.
En las tres largas décadas en las que llevo escribiendo mis columnas de opinión en este Diario he tocado temas de todo tipo, política, religión, cultura, sociedad, naturaleza, educación, seguridad… qué sé yo de qué más. Lo hice siempre y lo sigo haciendo con mucho gusto, muy implicado, desnudándome ese poco o ese mucho que exige cualquier acto de compartirse con quien te lee, pero hay algo que va agotándose, o cansándose, o tensionándose.
La sensación de deja vu, de deja perdu, es a veces pesada, dura, desmotivadora, y te lleva a pensar que para qué decir nada, porque además pesa mucho sobre cualquier esfuerzo que puedas hacer la amenaza de que quedará baldío de inmediato. 
«Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio no lo vayas a decir», aconseja El último de la fila en una canción. Y yo añado la reflexión de que por qué el ser humano necesita solamente un periodo de cinco o siete años para aprender a hablar medianamente bien pero le cuesta la vida entera aprender a callarse, que parece tarea fácil e incluso muchas veces razonable.
Te pones a escribir, y mientras que antes la primera idea que te venía a las mientes hallaba de inmediato su camino para crecer y multiplicarse, para agradar o incomodar al lector pero siempre con la capacidad de tocar algo de su fibra porque había tocado antes la tuya, ahora comienzas a desechar inspiraciones, que esta primera se agota en sí misma, que esta segunda no me llena, que la tercera se me vulgariza al cuarto cambio de línea, que la cuarta está gastada, que la quinta yo qué sé. 
Pesa el peso de la vida sobre las menguadas y menguantes neuronas, pesa el poso, pesa el paso de los eclipses, pesa tomar conciencia de que habitamos una sociedad cada día más trivializada, cauterizada en sus mejores valores por una frivolidad muy bien alimentada; vivimos una sociedad del ocio, menos crítica, más manipulable, en la que demasiados esfuerzos en alguna buena dirección suelen toparse con algún interesado con poder que cambia el rumbo de la bondad para convertirla en algo menos limpio, quizás incluso más sucio, que parece que sí pero no es lo mismo, ¿o sí?