Editorial

Un amenaza constante que obliga a estar más y mejor protegidos

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La provincia de Ávila sufrió durante el pasado año 125 incendios forestales que calcinaron 6.637 hectáreas. Esta última cifra no superó la del año pasado, marcado por el trágico incendio que arrasó más de 22.000 hectáreas de la Sierra de la Paramera, que se convirtió en el fuego de mayores dimensiones de esta provincia de su historia más reciente y uno de los más extensos de España de las últimas décadas. A pesar de todo estamos ante una media aproximada de un fuego cada tres días, bien es cierto que casi un centenar (97 exactamente) fueron calificados como conatos al no superar la hectárea, pero también hubo dos, los que se originaron en San Esteban del Valle y Cebreros que posteriormente se extendieron a otras localidades, que superaron las 500 hectáreas, siendo calificados como grandes incendios.

Estamos, por tanto, ante un asunto que obliga a replantearse continuamente cómo se hace frente a los mismos, y no vale con centrar los esfuerzos en los meses estivales porque se ha demostrado que también durante otras épocas del año los fuegos pueden arder con virulencia y acabar arrasando un buen número de hectáreas, muchas de ellas arboladas. Y ese ejemplo lo hemos tenido esta misma semana en Guisando, en mitad de un temporal de frío, donde el fuerte viento estuvo presente y dificultó sobremanera las labores de extinción, impidiendo que se llevasen a cabo con medios aéreos, y obligando a redoblar esfuerzos terrestres, con unos equipos que en estos momentos del año están bajo mínimos.

Ciertamente las labores de extinción se focalizan en los meses de verano, pero dadas las circunstancias que se viven hoy en día, con cada vez menos personas que trabajen en el campo, con unas formas de vida que escapan de realizar unas labores de mantenimiento que antes eran asumidas de forma natural por los usos y costumbres que se desarrollaban en el medio rural, es preciso contar con medios y equipos específicos que centren sus esfuerzos en acometer esas tareas de limpieza a lo largo de todo el año, y qué mejor que hacerlo con esos profesionales que luego combaten el fuego y que conocen mejor que nadie esos espacios forestales. Es una labor fundamental para luego no tener que lamentar esas tragedias medioambientales que tanto devastan.

Llegará el verano y habrá que esperar a ver si se ha aprendido algo de las experiencias vividas en los últimos años, con incendios que han adquirido unas dimensiones y una virulencia hasta ahora desconocidas, auspiciados por unas condiciones meteorológicas que cada vez poner más difíciles las labores de extinción y que obligan a estar más y mejor preparados que nunca contra una lacra que está cercenando muchos territorios de una gran riqueza ambiental que tardarán muchos años en volver a ser lo que eran. Y en juego está el legado que queremos dejar a las futuras generaciones.