Julio Collado

Sostiene Pereira

Julio Collado


Espíritu navideño

19/12/2022

Sostiene Pereira que, en estos días de espíritu navideño, signifique esto lo que signifique, ha vuelto a la lectura de los filósofos griegos de la «vida buena»; aquellos que sostenían que el objetivo de toda filosofía era el hacer toda vida humana lo más «dulce» posible. Cínicos, epicúreos, estoicos y escépticos enseñaban el beneficio individual y social que procuraba el saber desprenderse de las muchas cosas que atan a las gentes y las hacen sufrir por el insaciable deseo de poseer. Su lectura es buena medicina contra el bombardeo navideño, sentimentaloide y consumista, de estos días. Una anécdota, atribuida a Diógenes, el Cínico, es ejemplar en este sentido. Cuenta que paseaba cierto día el filósofo junto a sus discípulos por el mercado de Atenas contemplando el gran despliegue de joyas, telas, perfumes, cerámicas y otros muchos cachivaches que allí se vendían. En un momento de su deambular, se detuvo y les comentó a modo de advertencia: «Ciertamente no sabía que existieran tantas cosas que no necesito para nada». 
Después de leer historias como esta, «Para llegar a tenerlo todo, no quieras tener nada en nada», pedía Juan de la Cruz, uno puede enfrentarse a los titulares y anuncios de prensa, radio, redes sociales y televisión de estos días. La feria ha comenzado. Se vende caridad y felicidad enlatada: «Felices fiestas». Todo puede consumirse. Pero resulta que la caridad humilla a quien la recibe y florece donde la justicia escasea. ¿Es buena o mala noticia que el Banco de alimentos cada vez atiende a más gente? La caridad, coartada de la desigualdad. Los mercaderes de la política, de la economía y de las iglesias han convencido a las gentes sencillas que es natural el que haya ricos y pobres, sueldos de 800 euros o menos y de 3000 o mucho más; que unos niños nazcan y crezcan calentitos y otros, helados; que unos tiren comida y otros rebusquen en el contenedor del barrio; que algunos tengan tiempo para los hijos o dinero para que se los cuiden y otros, ni ánimo para tenerlos; que unos estudien en colegios de élite y otros,  en el de su barrio y gracias. Cada cual tiene lo que se merece, dicen, mientras ellos, privilegiados, alaban el esfuerzo que no tuvieron que hacer y la igualdad de oportunidades que la recibieron en la cuna. Hipocresía social con buenismo navideño. 
Por eso a Pereira, le disgustan los innumerables actos que, estos días, se venden con la vitola solidaria: mercadillos, cenas, teatros, carreras deportivas, conciertos y otros muchos eventos en los que futbolistas, cantantes, toreros (¡aleluya!, la tauromaquia se va a enseñar en las escuelas castellanas), famosos de todo pelaje y los todopoderosos y peligrosos influyentes de las redes sociales animan el cotarro. Visitan hospitales y entregan donativos buscando la foto que les da clientes y dinero. ¿Y qué decir de las infinitas loterías y rifas que se organizan? Vende más la caridad que la justicia y consigue más votos. ¿Y la recogida de juguetes para los niños pobres? Primero crean los pobres y luego aplacan su conciencia y su buena fama con limosnas. La misma sociedad capitalista que compra un poco de felicidad a niños y niñas mediante el placebo de los regalos y su estreno (palabra mágica del mercado), dificulta cada vez más que «esos locos bajitos» tengan el mejor regalo: la presencia, el tiempo, los juegos, la educación y el amor  de sus madres y de sus padres. En nombre de la libertad, se abren los comercios las 24 horas del día pero es para que se compre más, se trabaje más y se tenga menos tiempo libre, no sea que al personal le dé por leer a los filósofos citados antes. Y los mismos que animan todas esas caridades, se oponen a leyes que mejoren salarios o que logren impuestos más justos. Por eso, han  abierto la veda para recortar el pan de los más desprotegidos: los servicios sociales, la educación y la sanidad públicos están en peligro. Más mercado y menos Estado, predican y muchos damnificados les compran la «moto». 
En fin, llegado hasta aquí, Pereira ha decido rebelarse contra ese modo tan extraño de vivir y se declara en huelga de consumo caritativo y del otro. Nada de cenas de postín ni chuletones ni langostinos sino menús austeros, sanos, baratos y ecológicos (que la Tierra está hecha unos zorros): unas sopas de ajo o unas patatas revolconas con el feliz complemento de ensaladas de lechuga, tomate, cebolla, naranja y aceite de oliva.  Después, un paseo por las calles soñolientas abulenses en amena conversación consigo mismo y  con quien se anime, respirando la luz y el viento que llega de la montaña, aunque sea ceniciento por el incendio, y la lotería ni mentarla porque no desea hacerse rico sin ton ni son. Con estos ingredientes, espera alcanzar su pequeña porción de felicidad. La misma que desea a los que esto lean y, si es posible, a aquellos que estos días también pasan hambre.  Unos tanto y otros tan poco. ¡Vaya mundo!