Van cayendo los días del 2021, a ritmo cansino, kilómetros finales de un maratón buscando llegar a la meta de las uvas de esta noche. ¿Para qué? No lo sé, la verdad. Pensamos que cruzar una línea arbitraria, sea temporal del fin del calendario o pintada en el suelo de una calle cierre una fase, pero la vida sigue exactamente igual el segundo después de la última campanada que el inmediatamente anterior. Sostenemos la creencia mágica de que hay fronteras que, traspasadas, representan un antes y un después y obligan a recapitular. Por ello nos deseamos feliz año —yo el primero a ustedes, estimados tres lectores, que luego me acusan de Scrooge—, hacemos listas interminables de propósitos para el entrante o gastamos horas rememorando los últimos doce meses, escribiendo necrológicas de famosos que se fueron o recordando Filomena, el volcán, JWST o hechos descollantes en lo político —pocos o ninguno— o en lo deportivo.
Si algo nos diferencia de las especies infinitamente más adaptadas que pueblan la Tierra —las cucarachas sobrevivirán al holocausto nuclear— es la capacidad de aprendizaje. Se supone que el lenguaje y la escritura persisten el saber y, por tanto, nos hacen recordar a un señor que solía pasar los veranos en Ávila y murió hace 70 años el próximo septiembre y decía que desconocer la historia es verse obligado a repetirla. Se supone. Creemos que el refrán de tropezar dos veces en la misma piedra evita tropezar tres, cuatro o más veces. Pero no: la llevamos metida en los zapatos, y de tanto pisarla ya ni la notamos.
Perdónenme si les amargo el último día del año, pero para mí el 2021 no se diferencia del 2020 ni, pandemias aparte, de tantos otros pretéritos. Me cuesta encontrar elementos de mejora, de progreso, que aporten valores y ennoblezcan al ser humano. Alguno me dirá que la vacunación; no voy a negarlo. Tanto el desarrollo de las vacunas como su amplia difusión en algunos países del mundo es un hito histórico, pero viene acompañado del negacionismo y, sobre todo, del sálvese quien pueda, inoculando a los países de primer mundo y relegando a los del tercer sin recursos. Tapamos el boquete a nuestro lado del barco, ignorando que el agua de las mutaciones entrará igualmente por otros muchos. Poco puedo esperar del 2022 que arranca en unas horas. Tendremos fondos «Next Generation», que nuestros políticos dilapidarán para pavimentar su camino a la reelección, en vez de transformar radicalmente el país. Poner bombillas led o cambiar una flota de autobuses no es lo que necesitamos, pero vende mucho. ¡Al menos no harán absurdos centros de raquetas!
Para cambiar España no basta el dinero. Hace falta voluntad conjunta. Y para eso se precisa de alguien que proponga retos, que logre aunar a todos y no separar a muchos, que avise de que habrá sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas, que no todo será un camino de rosas. No veo entre la tropa a nadie capaz de ello. No creo que 2021 sea el año del que salgamos mejores, salvo que contemos como mejora la de nuestros vicios y mediocridad. Así es que para el 2022, permítanme expresar tan solo un deseo: que por lo menos de él salgamos iguales. Que no sería poco logro. Con eso, me contento.
Cuidado con las uvas.