Chema Sánchez

En corto y por derecho

Chema Sánchez


Poco pan y pésimo circo

18/06/2022

Se dice, se comenta, que en algunos lineales de ciertos supermercados, con la que está cayendo, con este efecto abrasador de la guerra de Ucrania y el encarecimiento de materias primas, hay algunos estrategas de la gerencia de esos establecimientos –vamos a suponer que por órdenes supremas– que sólo sacan unas sandías o unos poquitos melones para hacer creer al personal que no hay suficientes. Para infundirles esa inquietante sensación de carestía que tan buenos resultados suele reportar en marketing. Vuelan, cuesten lo que cuesten. La Ley de la oferta y la demanda. Y así arañamos unos euretes más, y tan felices reportamos a los jefazos. Deleznable.
Curiosamente, mientras, en otros, las existencias rebosan en los escaparates intermedios de la sección de frutería. 
Sé que hablamos de un problema del primer mundo pero, desde que arrancó el año hasta hoy, lo de ir a hacer la compra se ha convertido en una aventura reservada sólo para gente acomodada, una llantina para muchas familias que ya las pasaban canutas para llegar a fin de mes y que ahora ven cómo han de decirles a sus niños que ya si eso el caprichazo que es tomarse un yogur que no sea natural, deben dejarlo para momentos mejores. 
Los envases han perdido peso, los botes tienen menos relleno… Han desaparecido ciertos productos que a muchos nos endulzaban el desayuno. Si bien, a esos genios de la colocación del stock habría que decirles que las técnicas ilusorias no les van a funcionar tan bien como las que ejecuta mi amigo Miguel de Lucas. 
A la legua se ven las tretas de ciertos establecimientos comerciales. Lugares que hacen bueno el estribillo que a principios de los 80 interpretara una tal Alaska, arropada por Los Pegamoides, en plena ola de aquello que hubo quien llamó la Movida Madrileña, y con esa coletilla se quedó. Terror en el hipermercado, horror en el ultramarinos. Así se siente uno cada vez que atraviesa esas puertas automáticas en busca del aire acondicionado que brindan esos lugares del demonio, en los que los precios se han encarecido por encima de un brutal 20 por ciento en la mayoría de productos, y además las cantidades, como digo, se han rebajado en algunos casos de una manera sorprendente, además de evidente. La policía no es tonta, pero en ocasiones se lo hace, y en un contexto social en el que todos vamos tomando nota, detalladamente, entiendo que todos esos grandes genios de la distribución irán también valorando que esas estratagemas tendrán sus consecuencias, por mucha concentración que haya. Al final, la tienda de barrio se acabará haciendo con el público, si esas grandes marcas siguen por este camino. Y no habrá una protesta enérgica, pero en el caso de que la haya, yo me agarraba los machos, porque al español, cuando habla, se le escucha. La cuestión es que, aún, casi todos, seguimos teniendo que afrontar varias comidas al día, aunque a algunos nos vendría bien reducirlas un poco para llegar más finos a la recta final de la operación bikini. Si bien, en esto, como en lo de que te toque la lotería, para que sea así, hay que empezar por apostar, como por hacer dieta.
En los foros de internet ya se habla de que la referencia para comprar pan va a fijarse a partir del patrón oro, o, en un sentido cada vez más certero, de que lo que cuesta comprar un bocadillo en el aeropuerto o una cerveza en cualquiera de esos grandes conciertos que vuelven a sonar por la geografía española, va a ser un estándar para el establecimiento de los pagos en las barras de los bares. 
De lo de ver espectáculos, mejor no hablamos en Ávila, una ciudad que dada su cercanía a Madrid siempre atraía a destacados artistas nacionales en verano, que casi en un visto y no visto se plantaban aquí para hacer un bolo que en ocasiones casi era de ensayo para cotas mayores. Y es una pena, porque salvo ese simplón Primavera Fest, en el que se ha caído la mitad del equipo y lo que queda tiene unos precios que ni que fueran los Rolling Stones en el Calderón, no hay donde rascar. Tampoco en Gredos, con un festival Músicos en la Naturaleza, clarísimamente devaluado en este 2022, al acercar a Hoyos del Espino a eso que ahora llaman artista polifacético, internacional y emergente, pero que no es más que un compositor del montón –que es lo que ahora vende–, edulcorado con el puñetero autotune. Pan para hoy y hambre para mañana. O mejor, como cantaran los siempre polémicos Def con Dos, Poco pan, y pésimo circo. Hacia eso vamos. Ya me entienden.