Gerardo L. Martín González

El cimorro

Gerardo L. Martín González


Casualidad y causalidad

28/06/2022

Si lo decimos muy deprisa, parece que fonéticamente suenan lo mismo; total, solo ha bailado una letra. Pero ¿es lo mismo una cosa que otra? Esto es lo que los sabios de la lengua denominaron parónimos. Echemos mano al asesor de cabecera, el diccionario de la RAE. Casualidad: Combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar. Y causalidad: Ley en virtud de la cual se producen efectos. Por poner un ejemplo mas local y próximo, tenemos la palabra Sonsoles, denominación de la Virgen del Valle Amblés que, según las leyendas históricas o historias legendarias, bien puede venir de fons solis, del Ávila romana, o del episodio medieval de san Zoles, sin olvidar, por supuesto, a la milagrosa y candorosa visión de dos soles divinos. Tal vez algún día hable de ello; pero hoy, después de los calores ¿casuales? que han calentado mi sesera, toca hablar de otra cosa, y un poco en consonancia con mi artículo anterior, sobre el Universo.
Albert Einstein, judío creyente en su niñez, que la ciencia parece ser que le superó, pero que nunca dejó de creer, consciente o inconscientemente, por ciertas frases en las que introducía la palabra Dios, como estas: «Dios no juega a los dados con el Universo», para algunos fuera de contexto, y se referiría a otra cosa. Sin embargo, dijo la palabra Dios ¿por casualidad? A mí me gustan otras frases del genial Einstein, como esta: «Todo está determinado, el inicio tanto el final, por fuerzas sobre las que no tenemos ningún control... Todos bailamos una tonada misteriosa, entonada a la distancia por un musico invisible». ¿A quién se referiría, tal vez a Dios «por casualidad»? Pocos meses antes de morir, en una carta dirigida a otro científico, le decía: «Si Dios creó el mundo, su preocupación principal no fue, ciertamente, hacer su entendimiento sencillo para nosotros». Esta duda dejaba entrever algo a donde la ciencia no llegaba. No se puede demostrar la existencia de Dios científicamente, pues entonces no haría falta la fe, y racionalmente se habrían acabado las dudas. Pero tampoco se puede demostrar que Dios no exista, la ciencia no puede con el misterio; solamente queda el elástico tal vez algún día, acaso, quizá, cada vez Dios es mas pequeño. Y mientras tanto, elucubraciones a millares, que no pueden con la fe del creyente en Dios.
¿Por qué la Tierra, de todo el universo conocido, próximo y lejano, es el único sitio donde hay vida inteligente? ¿por casualidad o por causalidad? ¿Por qué siendo tan insignificante en ese universo, esa imagen de la mota de polvo en la inmensidad, en este planeta, y solamente en este, hay vida e inteligencia? ¿es casualidad o hay alguna causa que desconocemos? ¿Por qué, sobre todo para un creyente religioso y cristiano, Dios se manifestó aquí, ¿para decir que Dios existe? ¿Por qué eligió este planeta, en un momento determinado, dentro de un pueblo determinado, en unas circunstancias determinadas, y no de otra manera? ¿por casualidad?
No deseo seguir lo que debería ser una meditación privada, pero ¿ha sido por casualidad? A veces creo que la casualidad no existe, que todo obedece a una causa, la vida, las enfermedades, el ser una cosa u otra, los acontecimientos históricos, la paz, la guerra, el hambre, el amor; por qué las cebras tienen rayas o el perro ladra; por qué hay ricos y pobres, por qué hemos evolucionado y seguimos evolucionando, cuyo limite desconocemos; por qué nos morimos; y por supuesto, por qué hay ateos y creyentes. La causa puede ser única, o una cadena de eslabones que se entrelazan, según una ley matemática, pero que siempre una causa puede llevarnos a otra causa, como desarrollo de un principio único según unas matemáticas divinas ¡qué bien lo decía Einstein con «su musico invisible»! Se me escapa por qué existe el azar, una pequeña casualidad ¿será posible? Y también por qué somos libres para hacer esto o aquello, pensar, deducir, la existencia del libre albedrio. Pero esta ¿no estará también condicionada, y no sea casual sino causal?
La palabra, oral, escrita o pensada, no tiene límite, y con ella expresamos todo lo que queramos, lo bello, lo vulgar, la verdad y la mentira, la ciencia y la fe. No en vano, ya nos decía Juan, que nos acerca al misterio de la Divinidad, con su lenguaje enigmático: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios».  

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