Pablo Serrano

CARTA DEL DIRECTOR

Pablo Serrano


Los Ochenta ya están aquí

20/11/2022

En los años 80 era un chaval, de los de pantalón corto y jugar en la calle. En los 90 también, pero ya podía votar. Acabando 2022, igual de lozano me siento, aunque sería ridículo no reconocer que ya no soy el mismo jovenzuelo de entonces. Sin embargo, esto choca con algunas sensaciones de los últimos tiempos, porque, tal y como vengo compartido con amigos y conocidos, percibo un retroceso, una regresión social, que más allá de la latente nostalgia, se puede visualizar, incluso en estéticas 'vintage' de moda que me retraen a aquellos extraordinarios años. Y los tacho de fabulosos porque no fueron fáciles, pero se afrontaron y superaron con creces culminando con una época que también calificaría de espléndida, hasta que comenzó el deterioro a principios de este siglo. Cabe precisar que la imagen retro no es necesariamente positiva, sino también tiene que ver con aspectos negativos de la vida. Sin ir más lejos, los episodios de delincuencia grabados con teléfonos móviles que nos llegan a través de los telediarios o los medios digitales (sigo siendo poco devoto de las redes sociales), me evocan a aquella preocupante delincuencia instalada en nuestro país en esas décadas, insisto, incluso en estética. Pero más allá de esta sensación que se va instaurando (aunque los cuerpos policiales se empeñen en quitar hierro al asunto), algo parecido pasa con la cesta de la compra. Publicaba esta semana La Vanguardia una información que decía algo así como que la subida del precio de los alimentos tiene un efecto directo en el consumidor: «Menos frescos y compra de austeridad, como en los 80». «¡Leches! ¡Otro síntoma de regresión!», pensé. El caso es que, según un estudio sobre las perspectivas de los productos frescos para 2023, como el pescado, la verdura o la carne en el actual contexto, los consumidores están llevando a cabo unos comportamientos de compra de austeridad que ya se vivió en los años 70 y 80 como resultado de una fatiga por la inflación –¿Les suena a algo?–, con un mayor control del gasto en la economía doméstica, comparativas de precios entre productos y marcas, y cambio de establecimiento de los clientes para intentar gastar menos. Recuerdo como mi abuelo en aquel entonces prefería comprar las galletas en el Vivodist de la calle Doctor Jesús Galán porque eran unos céntimos más baratas que en el supermercado habitual.
Sin embargo, si algo resulta preocupante, es el retroceso en las libertades, y en concreto, quizás por deformación profesional, en la de expresión. En aquel decenio fui seguidor de Ilegales, rockeros punk; incluso pude entrar un rato en un concierto en las fiestas de Caspe un verano, momento que guardo en la memoria de aquella época. Las agresivas y violentas letras de las canciones que desde aquella juventud me hacían tanta gracia, ¿cómo serían recibidas hoy? El propio Jorge Martínez –Jorge Ilegal–, se pronunciaba hace unos días sobre esto, hablando de una «repulsiva aparición de censores vocacionales». Y lo que está claro es que con este menoscabo lo que no puede aparecer es una época de esplendor como la que se vivió los primeros años de este siglo.
Ante este escenario no hacen más que asaltarme dudas sobre cómo será ese futuro positivo que se quiere construir. ¿Si viajamos al pasado y aplicamos las mismas soluciones de entonces se lograrán resultados semejantes? La crisis, que se acabará, ¿abrirá un nuevo momento de esplendor? No sé porqué, pero me da a mí que no, aún no.