Chema Sánchez

En corto y por derecho

Chema Sánchez


El cambio reivindicacional

19/11/2022

Veo asombrado como indocumentados con ganas de tener su minuto de gloria lo obtienen con una pasmosa facilidad. Que dos pánfilas se acerquen al hueco existente entre las Majas de Goya, en el Museo del Prado, escriban en la pared 1,5 grados, se las coja la matrícula pero al momento salen de cocheras, valga. Pero que ciertos medios de comunicación que se suponen serios las dediquen, en su edición de domingo, una doble página para gloria de sus despeinadas señorías, tiene bemoles. Que ese mismo fin de semana hagan lo mismo, elevando la temperatura un grado, por cierto, otros dos iluminados -en este caso él y ella-, manchando vitrinas del Museo Egipcio de Barcelona (que luego hay que limpiar con detergente contaminante), creo que ya deja sin gracia este asunto. Eso sí, ellos ya pueden fardar con sus colegis, porque, total, no les ha pasado ni les va a ocurrir nada, y han salido hasta en el telediario de TVE. Aunque esto cada vez resulte más fácil porque la cadena pública ya está despolitizada, ¿no? 
Es evidente que hay un cambio climático y que los que mandan no acaban de tomárselo especialmente en serio, porque, en la política internacional, como en la de este santo país, el y tú más es lo que impera. China y Estados Unidos, mirando al tendido, aunque ahora hagan manitas. Europa, viendo cómo se le queda cara de tonto. Si bien, algo hay que hacer. Alguien tiene que hacer algo. Hasta hace dos días no ha empezado a apretar el frío y, cuando han llegado las lluvias lo hacen a lo loco. Eso parece prueba más que suficiente de que algo está cambiando. 
Sin embargo, tal como cantara Leño a principios de los años 80, siempre hay diferentes maneras de vivir. Por supuesto, de disfrutar o de pedir un aumento de sueldo al jefe. Mucho más, si cabe, de protestar o de alzar la voz para que se escuchen nuestras reivindicaciones.
En los últimos años se da pábulo a movimientos minoritarios por ese motivo, porque son minoritarios. Sin embargo, otras grandes causas se van quedando, poco a poco, arrinconadas porque no cuadran con la ideología o el sentir imperante. Hay un cambio evidente en esas reivindicaciones, por una simple y llana cuestión: se han conseguido enormes avances en numerosos ámbitos sociales y económicos. Cosa que debería enorgullecernos, y convencernos de que hay que preservar ciertas conquistas, a pesar de que hay quien no tiene interés alguno en desatar la caja de pandora que será mostrar que hay cuestiones que todos creemos insostenibles y también restan votos.
Cierto es que, hasta la anterior crisis, en España se dio una especie de a ver quién llega más lejos, algo que han tenido que revertir numerosas empresas de servicios, como las entidades financieras, las energéticas o las sanitarias, cuyas prestaciones nada tienen que ver con las de hace unos años. Cada vez van más acotadas. Esto, debido a que, a la hora de asentar cuentas, aquello no cuadraba por ninguna parte y había que ajustar, con el usuario siempre como principal damnificado. 
De manera que hoy nos encontramos con la industria automovilística que ha apostado por el coche eléctrico, y ahora pagamos la energía a precios prohibitivos, como si fuese de lujo. O nos topamos, porque viene impuesto por la Guerra en Ucrania, con la segunda subida de precios más brutal que recuerdan varias generaciones, tras el tongo que vivimos al incorporarnos al euro, cuando sin comerlo ni beberlo nos encontramos con una regla de tres por la que las tiendas de todo a cien se convertían automáticamente en todo a un euro. Siempre hay justificación para todo, sin embargo, con la capacidad de producción que podríamos tener en un contexto como el nuestro, con campos cerealistas en buena parte de nuestro entorno, vivimos constreñidos por una política comunitaria que se adapta al entorno global pero que, en un momento como éste, se ha demostrado absolutamente ineficiente. Importamos poca cantidad, pagamos a precio de oro.
Ahora bien, la bandera de la reivindicación va por barrios, y como casi todo cada vez se encuentra más polarizada, frente a lo que ocurría hace décadas, cuando todos íbamos a una, porque el bien común era el bien común. Aquel por el que se deberían desvivir unos gobiernos muy preocupados por conservar el culo en la silla, con perdón. En esto también hemos desandado parte del camino. Pero no hemos de olvidar que la representación política es un reflejo de la sociedad que la elige. Ya me entienden.